No hay mucho qué celebrar, esa es la verdad, y es que, entre las protestas callejeras, la grilla sindical y la influenza, los maestros se la han pasado meciéndose en un caldo gordo sazonado con la pereza de los días que han pasado sin hacer nada, cobrando sueldos magros, es cierto, pero también es verdad que estiran la mano para recibir lo que no han desquitado, y tampoco es cosa de que la nación, les otorgue de nuestros impuestos, salarios que no han devengado, tal vez por eso entre la gente de a pié se dice cuando un holgazán quiere vivir de a gratis: “qué lo mantenga el gobierno”, lo que pocos advierten, es que el sistema político no produce dinero, sólo lo administra, y los dueños de la lana, somos los ciudadanos, es decir, que si un profesor no cumple su función magisterial en el aula de la enseñanza comete un fraude contra todos.
Es muy común que los viejitos de más de cuarenta años, confiesen, con cierta pena, pero algunos con suficiente orgullo, que sólo cursaron dos o tres años de primaria, y a pesar de ello, saben escribir, leer y hacer cuentas, luego alegrándose de su buena suerte, aseguran que don Crisanto o doña Inésita, fueron buenos profesores, que con regla en mano los obligaron a aprender muy rápido, pero sin denostar los métodos duros empleados en la enseñanza, todos los ancianos, recuerdan con veneración a sus difuntos maestros que sembraron las primeras letras en sus mentes y es que mucha gente absurda, considera que la alfabetización es lo mismo que la educación, si en los tiempos que corren, la secretaría propiedad de Elba Esther y sus secuaces, lo menos que hacen es darles lecciones de civismo y ética a los chamacos, además, con qué cara se atreverían a explicarles el significado de respeto o equidad.
Lastimosamente, ahora, las escuelas, se usan más como guarderías que como centros de enseñanza, y está bien que se empleen para ese fin, cuando los niños tienen dos o tres años, pero no para los adolescentes de más catorce, que esos ya tienen la obligación de mostrarse en plenitud de facultades para absorber los conocimientos, lo único malo es que los auspiciadores son los propios padres de familia, y no quiero culpar únicamente a las madres, que bastante hacen con guisar huevito con chorizo para sus vástagos y hacerlos bastantes dependientes de sus afanes diarios, con el único objetivo de que nunca se liberen del yugo doméstico de su incondicional amor, aún peor, hay algunas matriarcas que absurdas y patéticas, declaran a quienes las quieran escuchar: “es que para una madre, los hijos nunca crecen”, pero el deseo se les hace realidad, cuando se dan cuenta de que “sus niños”, así les dicen algunas mamás ñoñas, no asumen las responsabilidades de sus roles de adulto, aunque ya tengan 35 años.
Como se ve, no todo es culpa de la diabólica Elba Esther, si también los padres han hecho todo lo posible para que sus hijos sean bastante malcriados, yo me acuerdo que mi añorado maestro Santos Guzmán Treviño, director de la Cosme Pérez, nos hacía repetir el juramento a la bandera y en una frase resumía, lo que todos los ciudadanos deberíamos de sentir por la patria: “bandera de México, legado de nuestros héroes, símbolo de la unidad de nuestros padres y de nuestros hermanos, te prometemos ser siempre fieles, a los principios de libertad y de justicia, que hacen de nuestra patria la nación independiente, humana y generosa a la que entregamos nuestra existencia”, pero ahora ni los maestros son maestros ni los alumnos se pliegan a las órdenes de nadie, y si un profesor como cosa de milagrería, dá clases, y se atreve, ya no digo, como antes, a darle un reglazo a un niño, sino simplemente a reconvenirlo porque le estiró la trenza a su compañerita de adelante en la fila, la madre, el padre, la abuelita, el tío, la vecina y su comadre metiche, van en procesión a la escuela a reclamarle airadamente al maestro que cometió semejante sacrilegio con el bodoquito fruto del infinito amor de sus padres y orgulloso heredero de las ínfulas de los tales por cuales.
Claro que de todo hay en la viña del magisterio, pero a veces, me dan hartas ganas de tener poderes espirituales para resucitar a unos cuantos maestros que ya se fueron y que con una simple regla básica del idioma para los verbos irregulares: “to, so, cho” te enseñaban no solamente las primeras letras, sino también a pensar, ahora, nuestro deber como adultos, es explicarle a los niños desde el seno de nuestro hogar, que hay valores universales como solidaridad, respeto y equidad que son aplicables en todo momento de nuestras vidas. Feliz día del Maestro.
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