Lo bueno es que hoy es el día de la madre, lo malo es que la mía ya se me murió. Lo bueno es que yo si sé quien fue mi amá, lo malo es que hay algunos que no son hijos de su progenitora sino de otra señora, y como quiera lo celebran, porque al ser hijos de la que ya descubrieron como autora de sus días, nadie los puede engañar y se comportan como verdaderos bastargos, que es un neologismo híbrido que no significa nada pero que suena tan feo como lo que quiero decirles a esos que ya sabemos todos quienes son.
No hay nada más cursi que el 10 de mayo, y es que algunas mujeres, se conmueven hasta las lágrimas cuando sus hijos les dan cualquier regalito para felicitarlas en su día, pero si ahora dicha celebración es empalagosa, antes, queridos lectores, era peor, y es que los periódicos locales organizaban certámenes dizque literarios, como si las rimas pudieran ser consideradas literatura, pero además, como premio a los ganadores, se les otorgaba tribuna para “recitar” sus sensibles versos con ademanes ficticios ante un expectante público que asistía a ver esos espectáculos con la esperanza de ganarse una plancha, una licuadora o una tele, pero de entre las dos fiestas populares, yo prefería la de El Diario, y es que mi alma mater, en esa brillante época, era punto de referencia en las noticias, además de que se reflejaba la bonanza en el elenco artístico que presentaba, porque igual, cantaba ante “el distinguido público conocedor”, Raphael, Lola Beltrán o cualquiera que anduviera en el candelero de esos años.
Un día de las Madres sin serenatas de borrachos, no es lo mismo, y es que, los amigos, sobre todo los solteros, que ya los casados tienen que conformarse con quedarse encerrados en sus respectivas casas a la espera de que los acontecimientos del exterior se desenvuelvan, se juntan con la perfecta excusa de cantarles “Las Mañanitas” a las cabecitas blancas del hogar, aunque ahora ya todas las ñoras, aún las mayores de 40 años, se tiñen las canas, y se lanzan a la calle para ir casa por casa de la banda que se reúna, para interpretar con espantosos berridos, las típicas: “Gema”, “Despíerta”, “Perfume de Gardenias” y algunos hasta “El Corrido del Caballo Blanco” o “La Banda del Carro Rojo”, que al cabo, las sufridas y abnegadas madres todo aguantan, porque ya estando todos los integrantes de la improvisada rondalla, bien pedros, ya ni saben lo que cantan, y las madrecitas, ponen cara de: “lo que una no hace por ver felices a sus hijos” y copian el gesto estoico de Libertad Lamarque en “cuando los hijos se van” o ponen cara de que tienen dos semanas sin ir al baño.
Mamá era muy seca, nunca fue la madrecita que todo hijo anhela para regalarle una florecita mustia cortada con sus propias manecitas, según palabras de las maestra de parvulitos, del jardín de su alma, así que yo tampoco tuve oportunidad de hacerle una de esas cajitas con palitos de paleta comprados en la papelería Villasana o un servilletero hecho con cartoncillo y forrado con peluche, porque le caía gordo que llegáramos de la escuela con esos regalitos que no sirven de nada, decía mi sacrosanta progenitora que Dios tenga en su Gloria, claro que no los tiraba hasta el día siguiente, porque tampoco era cosa de hacernos sentir mal, además, si ella sabía que los profesores nos obligaban a hacer los trabajos manuales para regalarles, y que de todas maneras nos los calificaban con diez aunque salieran todos cuchos.
A pesar de todo, un día de las Madres es digno de gran celebración, así que aprovecho esta columna para felicitarlas a todas, especialmente a doña Gloria Orozco de Rodríguez que ya sabe usted que la quiero sinceramente, también a la entrañable profesora Marichú Adriano de López, a Chelito C. de Villanueva a quien tengo en especial estima, a mamá Lupita la “mamá de los pollitos”, a mis hermanas Nena y Ana, a mi cuñada María de los Ángeles, a mis sobrinas Marisol y Regina, a mi tía Margarita que está en el cielo gozando de la paz que se ganó en la tierra y en general a todas las mamacitas de ambos Laredos, la región y ranchos aledaños.
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