Los lambiscones del poder son tan numerosos que si los incluyera a todos, mi columna no tendría fin, y es que el poder es tan atrayente que no solamente obsesiona a quienes lo poseen, sino a los que, como pericos de corsarios se encaraman a los hombros de quienes lo ejercen, además, bajo su influjo, por zalameros, los “lambedesos” como si fuera un ritual, empiezan a copiar lo que hace “El Señor” Presidente y si a Su Graciosa Majestad le encanta batir chocolate con los codos, todos los cercanos a su irradiación cósmica, empiezan a ensayar desde la toma de posesión hasta que les sale bien espumoso.
Las rayas del pantalón, esas que por costumbre, exigimos a quienes aliñan nuestra ropa, no es otra cosa que una lambisconería real, resulta que estando en camino a una recepción de pompa y circunstancia, el rey Sol en un tumbo del lujoso carruaje que lo trasladaba, se derramó una copa de vino encima del entubado mayón que portaba, pero dada su exagerada pulcritud y decoro, ordenó a su cochero que detuviera la marcha en una tienda para cambiarse, y no sin un poco de vergüenza por presentarse de tal manera a la fiesta, el monarca lució durante la reunión, el pantalón con la marca que el casillero impone, al día siguiente, toda la corte del palacio y luego todo el reino, se dejaron la raya en el pantalón.
En nuestro vernáculo país, las modas lambisconas son sexenales, ya es del dominio público, lo de las populares guayaberas de Luis Echeverría y las ñoñas chabacanerías de la compañera Esther Zuno que se vestía todos los días como para desfilar el veinte de noviembre; la única que se siguió de largo copiándole el estilo, fue Beatriz Paredes que está igualita a la madre Patria de los antiguos libros de Texto.
Luego López Portillo le siguió el gusto con lo de las guayaberas y su enfermiza afición por las mujeres guapas, pero el extravagante Mandatario exigía como requisito que tuvieran facha de la piruja más cara del congal, y claro que para no quedarse atrás, a doña Carmen Romano de apariencia trasnochada, le dio por la música y el encargado de deleitarle los oídos, fue el francés Richard Clayderman que siendo pésimo pianista, materialmente aporreaba el piano, pero gracias al mecenazgo de Carmelita, en México vendió 22 millones de discos, a lo mejor alguno de ustedes queridos lectores, se acuerdan de: “Balada para Adelina” que se escuchaba hasta en las graduaciones de la Chano Chavarría, pues siendo el protegido de la Primera Dama y para estar acorde con la moda, todos, por patriotas, escuchaban las torturas a las que, el veinteañero galán francés, sometía al instrumento, naturalmente que el Doctor Honoris Causa de la lambisconería, Raúl Velasco, fue el que lo llevó al estrellato en su programa dominical.
Los lambiscones son una especie en peligro de propagación mundial y en México se ha creado una escuela digna de todo encomio, es más, se debería de instituir como una nueva carrera universitaria en nuestra máxima Casa de Estudios, aunque es verdad que ya hay muchos colgándose del alambre sexenal, pero siempre hace falta otro buen adulador en las cortes palaciegas del poder.
Hay lambiscones inteligentes, y los hay, también muy indejos. Los que son listos, saben en qué momento arrancar de tajo las modas lambisconas, los indejos se siguen de largo dos o tres años más, hasta que se dan cuenta de que el Señor Presidente y su esposa para los que se inventaron dichos homenajes ya se fueron de Los Pinos, y es que con Chente Fox y Marthita, se creó eso de las famosas cabalgatas a lo largo y ancho de la república, pero algunos gallegos norteños se siguieron en la pachanga arriba de sus impolutos corceles, bueno, hasta se establecieron clubes, cofradías y asociaciones para proseguir con “la bonita tradición”, claro que los medios de información ofrecen una cobertura total a tan estruendoso acontecimiento y en todos lados aparecen los protagonistas desfasados de época, con sonrisa de: “que a toda a madre me veo con la cara igualita a uno de los Tres Huastecos”, y digo, no es por matarles el rollo, pero nuestro Presidenchente el que se calzó las populares botas de charol portando un elegante tuxedo para asistir a una fiesta protocolaria en el Palacio de la Zarzuela, ése ya se fue con sus caballos a otra parte, así que, no habiendo festejado para rendirle pleitesía con las mentadas cabalgatas, pues no hay razón para que sigan de indejos enterregándose como lagartijas en tiempos de seguía. Ya dije.
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