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jueves, 13 de agosto de 2009

Libros al instante


Claro que no he leído tanto como yo quisiera, y es que el maldito tiempo, sobre todo, el tiempo que uno se la pasa vigilando al tiempo, no rinde tanto para tantas actividades, aunque tengo que confesarles queridos lectores, que soy medio perezoso, ya que nunca me ha gustado cargar cosas pesadas ni hacer mandados lejos, pero a pesar de que soy burriciego de nacimiento, todavía no me he cansado de asomarme a algunos encumbrados autores, claro que como soy maniático he pasado meses leyendo el mismo libro como si fuera el nuevo testamento, y no digo el título porque no quiero que vayan a empezar a decir en el globero pueblo que soy medio anarquista, si todavía no pierdo la confianza en nuestras instituciones a pesar de que, digan lo que digan los políticos en el poder, México es un estado fallido.
Nunca he atesorado un libro, si cualquiera, aunque no sea mi amigo, ni persona de confianza, me pide uno, yo se lo regalo, porque no hay nada más desesperanzador para el avance de la civilización que un libro en reposo, y es que al paso de los años, he aprendido que la energía espiritual que se encierra entre las páginas, debe liberarse para que le sirva a alguien, también es cierto que tan solidario gesto, lo aprendí de mis generosos mentores, entre ellos, el profesor Rafael Ramírez Pérez quien me orilló a las lecturas de Gabriel García Márquez cuando el premio nobel todavía era un viejo jediondo que se la pasaba fumando habanos con Fidel, y es que ya se sabe que hay unos ilusos que porque escriben novelitas, aunque sean tan extraordinarias como algunas que ha escrito el colombiano, se creen con la capacidad de analizar la política mundial en sesudos ensayos, y que me perdonen, pero no todos son Octavio Paz.
Recorrí de punta a punta a golpe de paso, todo el centro histórico de la muy Noble y Leal ciudad de México, conozco cada rincón que se esconde, así que en una de esas vueltas me topé con un misterioso callejón, me asomé curioso y aunque una metiche voz interior me avisaba que tuviera cuidado y yo, que tampoco soy Juan sin Miedo, sopesé las posibilidades que tenía para salir vivo de esa encrucijada de asfalto, “voltié” pa’todos lados, puse ojos como de la mamá de Pepe El Toro cuando su esposo Merced bien mariguano se la “madrió” para que los cerrara, porque según él, esa mirada de estreñida de tres días, lo acusaba del robo cometido en perjuicio del carpintero al que nada más le faltó que lo meara un perro, y como suele ocurrir cuando dicen que te vas a morir, en un instante me pasaron todas las imágenes en un rollote eastman color, porque de frente a mi venían como en procesión demoniaca, unos malandrines que venían saliendo de una casa amarilla en ruinas, acompañados de dos mujeres enjutas, con caras de sobaco de elefante, así que me puse flojito, recé una de mis oraciones ad exorcisum para que se juera el diábolo y viniera Jesús, y una viejita cabrona, me tocó el hombro y socarrona, burlose de mi viscoso miedo, me dijo: “no se asuste joven, es López Obrador, Fernández Noroña, la esa Lupe y su comadre Elenita Poni no se qué”.
En ese callejón había toda suerte de negocios, llamó mi atención, un letrero que decía. “se venden libros usados” y compenetré al establecimiento, lo que mis ojos pudieron ver, me llenó de asombro, eran cientos de libros apilados, predominaba la pátina del color del tiempo, de pastas deterioradas, de hojas sueltas, y otros tomos llenos de su rancio abolengo, aristócratas de las letras, enciclopedias británicas y ejemplares varios de empastados de lujo, pedí que me mostraran algunos y compré dos o tres, uno de Artemio del Valle Arízpe, otro de las haciendas mexicanas y uno más de Octavio Paz con citas a lápiz de algún porro de la Unam, y ahora que me vienen todas esos recuerdos a la mente, traídos por la nostalgia de mi estancia en la capital mexicana, señorial y magnífica, me acabo de enterar que ya se inventó una computadora con millones de posibilidades en sus entresijos digitales y en lugar de que las librerías tengan estantes llenos de libros olorosos a tinta y barniz, el cliente elegirá la obra y en menos de cinco minutos la máquina imprimirá la obra en cuestión, así se ahorrará en espacio y papel. Cosas de la modernidad.

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