Les aviso, queridos lectores, que estoy en la cuenta regresiva para irme con mi música a otra parte, conste que no culpo a nadie, sino a la maldita crisis financiera mundial y es que con eso del quebranto económico del planeta, mi insoluble crédito ya no da para más, así que propuse a mi jefe inmediato, una nueva tarifa para el pago de mi columna, pero lamentablemente en este momento aciago no existe la posibilidad de sumarle un cerito a mis honorarios, y se lo dije a él, como ahora se los digo a ustedes asiduos seguidores de la presente columna, yo no quisiera tomar esta decisión, pero las circunstancias me empujan a decir adiós.
No será un adiós permanente, de eso estoy seguro, algún día nos habremos de encontrar, si ya lo dijo antes que yo, el famoso poeta de la canción vernácula: “somos piedras que siempre chocamos”, pero no es un momento para ponerse tristes, mírenme a mí, no tengo los ojos llorosos, no sean tontitos, que me van a hacer llorar a mi también, además qué es la vida sino una constante despedida y la espera de un encuentro, ¡ah cabrón!, eso no estaba en el script, pero todos tenemos de poetas y locos, aunque sea un poco y yo no iba a ser la excepción y qué mejor momento que éste para imponer mi sensibilidad creadora en una columna que no será la última, porque pedí de gracia, hasta el final de agosto como término perentorio para exponer mi gracejo en este diplomático espacio, que en una oportunidad de privilegio, Mauricio González de la Garza, comentó de mi humilde persona: “igual guillotina reputaciones que ejecuta sonatinas de terciopelo”, años más tarde, el decano del oficio don Juan Pérez Ávila, por generoso con mi sencillo quehacer periodístico, agregó, rotundo como suele ser, pero además, particularmente en mi caso, indulgente con mis evidentes faltas de sintaxis y de prosodia. “es con mucho, con muchísimo, el más dilecto y, al mismo tiempo, más controversial columnista del país” y esas dos declaraciones, son mucho mejor que un doctorado honoris causa, que ya se sabe lo que se dice de esos títulos apócrifos y sin validez oficial, que sirven para dos cosas, porque lo que no da natura no lo presta salamanca, pero mucho menos la valle del Bravo.
Como todavía no me voy, déjenme seguir desquitando el chivo, y les comentaré acerca de que ya se acerca el regreso de los huercos a las aulas, claro que hay algunos segmentos escolares que desde mediados del mes ya están en friega, no sé si algún día les comenté que siempre fui carne de escuelas públicas, nunca supe lo que se sentía tener a los maestros como empleados, sino como mentores, y tengo que confesar que fue una experiencia única, claro que el profesor Pecina que Dios tenga en su santa gloria dándole de borradorazos y con las orejas de burro en un rincón, me dio mis buenos garnuchazos, y aunque en su momento me dieron ganas de regresárselos, siempre supe que lo hacía por mi bien, porque las indisciplinas y lo mal hecho de las tareas, tenían que corregirse de alguna manera, y yo que me conozco muy bien, sé que si el maestro se hubiera puesto a dialogar conmigo para hacerme entrar en razón, si por un oído me entraba, cuando se trataba de escuchar consejos, siempre me hablaban por el oído por donde se me salían, así que ni caso le hubiera hecho.
Mi primaria la cursé completita en la Cosme Pérez, que no estaba como está ahorita, digo tampoco era la chocita de Marimar, pero ahora que acompañé a mi hermana a una lotería de regalos, de esas del diablo, la garza y el catrín, me asombré de lo estupendo de sus instalaciones, y es que, en los dos patios de recreo, hay dos techos altos que resguardan a los niños de los solazos reverberantes de nuestro páramo inclemente, y mi amada carnala, que en época escolar de Fernandito mi sobrino que tiene ojos de ficha doblada, fungió como presidenta de la sociedad de padres de familia, me contó que fue Pepe el que hizo todos los arreglos, y luego, me dijo que puso aires acondicionados en todos los salones, que les instaló vitropisos y azulejos a las paredes, que renovó los baños, que dotó con computadoras para enriquecer las clases de los niños, y yo puse cara de que no sabía de qué Pepe me estaba hablando, me contestó airadamente y con ese vocabulario tan norteño que posee: “no seas indejo, fue Pepe Suárez cuando era presidente municipal el que hizo todos esos beneficios”, conste que no lo digo porque quiera el ansiado aumento de precio a mi columna, si yo no soy como esos que dicen cuando el patrón les pregunta la hora: “las que usted diga jefecito”, y aunque esté trabajando para el “niuyork taims” o en el “uachington poust” soy como Aristóteles, más amigo de la verdad que de Platón, en este caso, es de Pepe, que no es que sea igualado, pero me uno al clamor popular que lo ungió con ese apelativo cariñoso porque supongo que de esa manera lo sentían más cercano a sus vidas.
En fin, no quiero sonar dramático, que además nunca lo he sido, si yo nací para ser alegre, este es el principio del adiós de El Ejecutor, pero como todavía me restan muchas columnas de aquí hasta finales de agosto, aquí le corto la correntía a las palabras para ponerle pausa y seguirle mañana, porque mañana será otro día en que ustedes y yo, podremos compartir la emoción del chismorreo, eso sonó como a eslogan de telenovela de Juan Osorio, pero ni modo, así nací y así soy, si no me quieren ni modo, eso también es de Cuco Sánchez, y se me acaba de ocurrir que si tuviera que sacar un soundktrack de esta despedida a cuenta gotas, estas dos rolas tendrían que estar incluidas. Ya dije.
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