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jueves, 6 de agosto de 2009

El Abuelo Pancho

El papá de mi amá, que tenía nombre de corrido, Francisco Alonso Valdivia, dicen que asesinaba con la pura mirada, aunque era un pan de Dios, eso si, mujeriego hasta más no poder y feo como perro chato. Mamá se encargó de conservar intacto su recuerdo, y es que extrañamente, no sé si porque doña Elena Castañeda Guevara, oriunda de Saltillo, jamás se dedicó a la crianza de sus hijos, mi sacrosanta progenitora veneraba la imagen paterna como si fuera uno de los santos del altar de su cuarto.
Mi abuelo Pancho era el modelo exacto del norteño atrabancado, a pesar de que no nació en nuestro solar, sino en Guanajuato, y en sus relatos pírricos, mamá nos contaba que su papá era soldado de esos de los alevantados y que mi abuela Elena estudiaba de interna en un colegio de monjas, y don Pancho, por osado, temerario y cabrón, llegó, la vio y se la robó, tenía trece años, él casi 30, ella era preciosa, menudita, etérea, blanca como gardenia al atardecer, de ojos brillantes y calavera perfecta, según quienes la conocieron, entre ellos, los Valadeces vecinos de toda la vida, aseguran que no había otra mujer más bonita ni más buena que mi abuela.
A pesar de las virtudes de doña Elena, quien se dedicó a trabajar el negocio familiar y no a la crianza de sus vástagos como casi todas las señoras de su época, sus hijos nunca la llamaron mamá, sino por su apelativo, en quien recayó ese privilegio fue en mi bisabuela doña Juana mulata cuarterona maravillosa que igual sobaba de empacho, acomodaba huesos, levantaba molleras, curaba de susto, de resfriado, de mal parto y tenía manos de sabrosura, tal vez por ello, el patriarca de la familia se erigió en el pedestal del orgullo de sus hijos, y es que como era costumbre en aquel entonces, los buenos hijos adoraban a la madre y por generosos y agradecidos con Dios, mantenían en su sustento diario a todos los criados a los que les daba de comer de lo mismo que a los propios, y mientras una señora hervía la ropa con lejía en el centro del patio, otra “echaba las tortillas”, mientras la cocinera aliñaba los sagrados alimentos.
Mi abuelo Pancho era malhablado, claridoso como casi todos los norteños y no conocía más diplomacia que la mentada de madre, según mi apá, dice que el actor Edward G. Robinson era copia casi fiel de mi antecesor consanguíneo, aunque mamá lo adoraba como también mi tío Manuel, supongo que ha de haber tenido defectos, porque de sus labios, estos dos hermanos que se amaban entrañablemente, jamás profirieron una sola palabra que manchara el recuerdo de don Pancho y es tal la veneración que en nuestra familia, hay más Panchos que Luises en Francia.
Mi abuelo era un personaje mítico; mi tío Manuel siempre vivió enseguida de mi casa y su hogar era una prolongación del nuestro, así que sin mediar motivo, él y mamá, empezaban a platicar de las aventuras de su papá, y yo que era un niño vivaz, de mente despierta e imaginación desatada, lo prefiguraba como uno de esos caballeros medievales pero con sombrero de tres pedradas, y todo era que uno de los dos dijera, la palabra cabalística para que se soltaran los relatos de su héroe y ríanse del Ulises de Homero, del rey Sol y del Quijote, esos eran unos buenos para nada que al lado del súper hombre de moral intachable y honestidad a prueba de arcas abiertas, hubieran palidecido de envidia.
A don Pancho le dejaban furgones completos de fruta de la mejor calidad con el aval de su palabra, deuda que luego de comercializar el producto de la tierra, la pagaba íntegra, y una frase del abuelo era: “nunca tomes lo que no es tuyo ni defraudas la confianza ajena”, por ello, ahora que mi amigo Naín me mandó el decálogo que como heredad legó un abuelo sinaloense de 98 años a su nieto, me acordé del mío que sin saberlo dejó a sus hijos, a sus nietos, bisnietos, tatara y los que le siguen en su árbol genealógico, la mejor herencia, pero no sólo en su sangre sino en su actuar, y si estuvieran aquí, a mi lado que sé que si lo están, mi amá y mi tío el Gordo Alonso, de seguro, me dirían, rotundos, para ejemplificar lo que debe ser un ser humano con todas sus potencialidades morales, espirituales y éticas: “Tu abuelo era todo un HOMBRE”.
Este es el decálogo del que les hablé en líneas anteriores, queridos lectores, Estos si son consejos, no chingaderas. Sólo lo transcribo y no eliminaré ninguna de las palabras que puestas en su contexto original, estoy seguro, no ofenderán a nadie, porque explican y matizan el carácter y la sabiduría de un viejito norteño.

Un día le dijo a su nieto : "Mira mijito, te voy a dar 10 pinchis consejos
pa' que vivas bien, mírame a mí, ¡toy en la flor de la vida:

1.- Agradece por todo (No te quejes), dale gracias a Dios que estás, porque otra bola de pendejos, ya se los cargó la chingada!
2.- Cuando puedas comer, come, cuando puedas dormir, duerme, cuando puedas trabajar, trabaja, da gracias a Dios porque tienes salud. (No te estés quejando)
3.- Si en la noche no puedes dormir, pos' párate y ponte a hacer algo, porque si te quedas en la cama sólo vas pensar puras pendejadas. (De por si...)
4.- Los problemas grandotes, esos que son del mundo, mándalos a la jodida, no los vas a arreglar tú (Además ni les entiendes, no te hagas pendejo), deja que otros cabrones los arreglen, tú ocúpate de los chiquitos, de esos que están en tus manos (y que a veces entiendes), atiende esos, los demás a chiflar su madre.
5.- Si te dan, agarra, todo lo que te den, agarralo , así sea un chingadazoo una bolsa de dinero, porque uno vive pensando que las cosas las genera uno, pero no sabes de qué forma te llegan, así que tú agarra y no te apendejes.
6.- No agarres lo que no es tuyo, ni el machete, ni el caballo, ni a la mujer de otro , lo ajeno respétalo, es de otro, cada quien tiene lo suyo.
7.- Lo que hagas, hazlo con ganas, con muchas ganas y harto gusto, porque no sabes cuando te va a cargar la chingada.
8.- Cuídate de los cabrones y cuídate de los pendejos, fíjate bien como son (hay un chingo y tu tienes imán pa' estos) conócelos y nunca seas como ellos.
9.- Nunca te preocupes por lo que no tienes, cuántos cabrones que tienen todo el dinero del mundo están en el bote o pegados a un hospital; tienes algo más valioso que es tu libertad, esa no tiene madre!
10.- Manda a chiflar a su madre a la muerte (¿Si me entiendes, no?) que sea ella la que se preocupe por no poderte llevar y no seas tú el que se preocupe porque ya te va a llevar.

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