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jueves, 13 de octubre de 2011

Recuerdos en Sepia

No quiero sonar a viejito nostálgico de asilo de gobierno, pero no tengo otra alternativa más que decirlo, y que me perdonen los niños de esta época, si acaso mis palabras se leen desfasadas, obsoletas, cursis o todo junto, y conste en actas, amables lectores, que nunca imaginé que llegaría a este nefasto momento de mi vida, precisamente porque yo siempre lo critiqué de mis sacrosantos antepasados, igual de mamá, de mi tío Manuel o de la tía Margarita que cuando se referían a determinadas circunstancias con respecto a sus propias vidas en comparación con el presente que compartimos en algún momento del pasado, presumían que era infinitamente mejor lo que ellos habían disfrutado.
Dicen que en esta vida todo se paga -menos la deuda externa-, así que yo asumo toda responsabilidad de la declaración que a continuación voy a expresar y es que viendo las celebraciones actuales que van desde thanksgiving, pasando por las mañanitas a la Virgen de Guadalupe y las consabidas peregrinaciones, antes todo era como con mayor devocionada emoción, ahora ya nada es lo mismo, incluso hasta el encendido del famoso arbolote de la burocrática navidad, aunque con toda franqueza tengo que confesar que antes ni siquiera lo ponían, pues ni en ese acto tan simbólico que ha pretendido recrear una atmósfera de paz y unión familiar, se pudo experimentar este tiempo de adviento hacia el encuentro con Dios.
Todas las burlas que les hacía a mis parientes mayores, sé que ahora se me tienen que revertir y no me causa la menor afrenta, ya que ese tiempo que nunca va a volver, lo tengo apeñuscado en el alma, ahí escondido entre el cuajo, el corazón y el bofe, porque son esos recuerdos los que aroman mi vida.
El once de diciembre, la luminosa luna norteña, erguida y arrogante, parecía sacada de uno de los almanaques de Jesús Helguera, de esos de la Cigarrera La Moderna y yo, que soy tan guadalupano, dí en creer, que en ese halo resplandeciente se estaba asomando la mismísima virgen, y ríanse, los descreídos, los fatuos y los fariseos, pero ahora que por gracia divina, he sido redimido de mis pecados, en todos lados veo señales de la presencia de Dios y de su Santísima parentela.
Claro que fui a la parroquia de Guadalupe para cantarle las mañanitas y una vez más, a pesar de que había cientos y cientos desfilando ante la imagen de La Morenita, me percaté de que ya no es lo mismo de antes y es que a los católicos contemporáneos les falta el dulce aliento de la fe y el tierno candor de la ternura que antes se podía ver en una sencilla veladorita de a peso, de esas que ni vaso tienen o en un manojo marchito de florecitas de asfalto o en el profundo amor del Ave María de labios de una madre implorando un milagro.
No sé, a lo mejor es lo mismo que antes, y como mis antiguos parientes, lo que realmente añoro, son las ganas de volver a ese tiempo en que por joven y saludable, lo veía desde la perspectiva del optimismo en que todo tiempo venidero sería dichoso, y que además, lleno de vigor, se aumentaba la confianza en el porvenir.
El domingo les cuento lo que viví el jueves cuando fui al templo de Nuestra Señora de Guadalupe, no digo que les voy a hacer una nota de color, pero si les reseñaré lo que vi y les presumiré lo que comí de todos los antojitos que había de venta, pero les aviso desde hoy que no habiendo cupo en la sección Gala porque hubo muchos eventos vendidos para este domingo, por única vez, se publicará ésta, su tan gustada columna, en la página tres de esta misma sección Show. Sobre aviso no hay engaño. Ya dije. P.D: Yo creo que antes esta columna era mejor… ¡Sigues Bertha! Je je.

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