Nunca como en esta época en la que la Coca Cola se ha
adueñado de la sed de la humanidad, le agradezco tanto a mi sacrosanta madre
que me haya acostumbrado a tomar aguas frescas, y es que, doña Juanita, era
hija de don Pancho Alonso Valdivia, dueño de varias fruterías, así que, a pesar
de que en la casona familiar, tenían criados para que realizaran las tareas
propias de limpieza y, por supuesto, la elaboración de los sagrados alimentos, el
patriarca, aconsejaba a su hija que aprendiera de los artesanos y las cocineras,
aunque tuvo dos, ella y mi tía Lupe, nada más que ésta, que era la primogénita,
nunca fue muy hogareña, así que no habiendo otra candidata en el contexto
tribal consanguíneo, a mamá le tocó ser la consentida del abuelo, por tanto,
sabía hacer aguas de todos los sabores, colores y texturas, además, para tal
efecto, nunca compraba frutas de la mejor calidad, al contrario, se esperaba a
que las de la temporada se pusieran más pachichis para adquirirlas a mejor
precio, ya que estando más maduras, las frutas soltaban sus dulzores que
desparramados en el ambiente nos invitaban a todos a beberlas como si fueran
ambrosias, a mí, siempre me gustó el agua de Chirimoya, que para quienes no la
conozcan, les diré que es una fruta de mal aspecto, parece un horrido tumor,
pero al apachurrarla, la pulpa suntuosa perfumaba los corredores del viento, mamá
le ponía un toquecito de anís del Mico, no mucho, nada más para que le diera
una nota de acento, luego la vaciaba en un jarro boquetón enorme, herencia de
mi abuela Lena, le ponía trozos enormes de hielos, que al irse diluyendo, le transmitían
su frescura al agua, todavía es fecha, que al recordar su sabrosura, se me
humedecen las nostalgias, es verdad, nunca fuimos ricos, pero siempre tuvimos
exquisitas viandas a la mesa, otra agua que se me antoja hacerla, pero que
desafortunadamente nunca aprendí la manera, es la de horchata, antes, muy
antes, en esos tiempos en que las señoras aprovechaban hasta el pan duro para hacer
postres de cazuela, se lavaba el arroz y se ponía a remojar, pues de esa agüita
mi santísima progenitora elaboraba un agua fresca a la que le añadía leche Pet,
decía que, además, de darle cuerpo le adicionaba calcio, hasta ahora, ya de
viejillo cascarrabias, me he dado cuenta que es cierto de toda certidumbre que la
gente de antaño en los guisos por más sencillos que fuesen, le ponían algo para
prevenir las enfermedades, luego, ya que, alguien caía en cama, se
especializaban en alimentos que curaban por si solos, mi amá decía que no había
padecer que no lo curara un sustancioso caldito de gallina vieja, en fin, que
el anuncio de que la Coca Cola está en todos los confines del planeta, dicen,
los estudiosos que en sitios en donde no hay agua potable ni servicios
sanitarios, existe un expendio de este refresco que es el culpable de la
terrible pandemia de la diabetes, tampoco voy a dictar una magistral
conferencia a ese respecto, si no soy un científico loco, me refiero a ese dato
porque es sabido por todos, si las autoridades fueran justas, sobre todo en
nuestro país, sin mayores miramientos la sacarían del mercado para evitar la
propagación del padecimiento que es la muerte lenta de millones de seres
humanos alrededor del mundo, a veces, sólo a veces, me gustaría sacar un
librito con todas esas recetas, alguna vez, don Raymundo Ríos Mayo historiador
local, me sugirió que editara un libro con todas las historias de mi barrio,
quizás ese no lo confeccione, pero a lo mejor uno con las recetas exquisitas de
doña Juanita si lo haga, papá que es un gran sobreviviente a la orfandad de su
amor y de su ternura, es dueño de una memoria a prueba de todo, seguramente me
podrá dar los ingredientes y las cantidades exactas para que esos guisos
vibrantes no se pierdan en el tejido incomprensible del tiempo.
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