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jueves, 13 de octubre de 2011

Lágrimas de Cocodrilo

No soy muy dado a las cursilerías, bueno, en realidad nada más soy ñoño con los chamacos ajenos, pero un ratito de carantoñas y de arrumacos con los güercos, es suficiente melcocha para empalagarme una semana completa y a veces, sólo a veces, los viejitos me enternecen muchísimo, pero no todos, porque hay algunos que al verlos te dan ganas de meterlos al ciclo fuerte de la lavadora y luego echarlos tres días en un baño con jabón blanco y cloro para quitarles lo percudidito.
Les comento lo de las cursilerías, porque si bien es cierto que no hay nada más sincero que el pecho de una madre amamantando, también es verdad que no existe una escena más cursi y patética que las lágrimas de una progenitora en plena boda de una hija y miren ustedes, queridos lectores, que se los digo con todas las reservas del caso, ya que me expongo, a que las susodichas no me vuelvan a invitar a sus moles por andar hablando mal de ellas.
La verdad nunca he podido entender a que se deben las lágrimas de cocodrilo que derraman las susodichas madres, a veces, por maquiavélico, he llegado a pensar que lloran porque se les escapa una de sus víctimas favoritas, y algunas tontas novias, como infundidas por el beatifico espíritu de santa Isabel la prima de la virgen María, les juran a sus mamacitas que nunca se van a separar de ellas, y dicho ante el altar, teniendo a Dios como testigo, es una promesa que mucho les ha de pesar el resto de sus días y por los siglos de los siglos amén.
En la boda de su preciosa hija, y no digo nombres, una amiga mía, a la que quiero harto, se la pasó llorando toda la ceremonia, desde que entró la novia del brazo de su padre hasta que se fue el último invitado a la misa nupcial, con decirles, y conste que no exagero, que la nave central del Espíritu Santo parecía acequia de rancho ganadero, ese día, lo recuerdo como si hubiera sido ayer, me acerqué entre preocupado y fastidiado, a preguntarle si le había quedado apretado el brassier o si andaba estreñida, y claro que me mandó entre chiluca y nogada, pero mi comentario soez e impertinente le valió madre, así que en cuanto se secó la primera tanda de mocos, le siguió en la fiesta que muy rumbosa y todo lo que ustedes quieran, pero la guapa señora, parecía alma en pena, hagan de cuenta como la llorona loca, toda embadurnada de una mezcla de colorete, rimel, rubor y secreciones corporales, a todo aquel incauto que se le acercaba, le narraba su pena.
A veces, sólo a veces, he dado en pensar que las madres de las novias sufren porque piensan que a la hija les va a ir como a ellas con sus maridos, que al rato que se cansen del juguetito nuevo, los pelados las van a arrumbar en una esquina de su casota o con sus comadres-amigas en algún insulso comité de damas, que además las van a llenar de hijos y cuando los niños crezcan les van a comprar camioneta grande para que hagan los roles del colegio con sus amiguitos, mientras ellos, se van con sus amigotes a la cantina o de cacería para divertirse con “las frutitas” que llevan para el rancho o serán las típicas viudas de Golf y las victimas favoritas de la suegra, las cuñadas y las secretarias buenotas que de seguro le harán la vida imposible a su hijita del alma.
A lo mejor exageré al burlarme de las lágrimas de la mamá de la novia pero ya viéndolo bien y sin ánimo de hacer apología al sufrimiento de las señoras, después de todo, quizás tengan razón de su dolor, pero como dicen que a cada santo le llega su fiestecita, a las niñas en edad de merecer algún día les ha de tocar y si les toca, pues que sea por todas las de la ley para que ocurra lo que dicta la sociedad acerca de las buenas costumbres de formar un hogar al lado del amor de su vida y que Dios las agarre confesadas. Ya dije. P. D: Mañana les contaré la truculenta historia de la inminente boda de la Duquesa de Alba con un plebeyo jovencito que tiene indignados a los hijos de la regia dama y de plácemes a los reporteros de las revistas del corazón de España.

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