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miércoles, 5 de octubre de 2011

Quevedo y La Duquesa de Alba


 Doña Cayetana Fitz-James Stuart y Silva tiene un nombre tan largo, que, como deseo transcribir un soneto de don Francisco de Quevedo y Villegas, omitiré sus muchos apelativos para abrirle espacio suficiente a la extraordinaria obra del inmortal español, por cierto, hay muchos enigmas a dilucidar del acontecimiento social del año, lo cierto, es que, la amable ancianita de 85 años, es tan abierta y franca, que no tiene demasiados secretos para nadie, ella no es como otras viejas afrentosas que se sienten la Divina envuelta en crema de chocolate solamente porque tienen una agencia aduanal o se casaron con un hombre de medio pelo que les da de comer tres veces al día, hablando de comida, el menú nupcial es tan sencillo, que tampoco crean, queridos lectores, que hay mucho que contar, y es que, como es una fiesta íntima, en pétite comité, casi con la pura familia y una que otra comadre de la realeza, las encargadas de preparar los platillos que se han servido durante el trascendental evento, han sido Linda y Rosa, personal de servicio en el palacio de Dueñas, que son de toda la confianza de la duquesa de Alba, tras el enlace, se ofreció un cóctel de bienvenida, después, los comensales disfrutaron de un gazpacho andaluz y ajoblanco, además, los platos principales fueron solomillo Wellington -envuelto en hojaldre- y arroz con bogavante picante, uno de los favoritos de la recién desposada, en los días siguientes, supongo que se irán despejando todas las incógnitas del ajuar nupcial de la feliz contrayente, todavía no se sabe en donde irán a pasar su luna de miel, si, es que, acaso llegan a esa instancia tan dura de roer por el novio cincuentón que responde al nombre de don Alfonso Díez, al que en España ya le dicen “El Muerto” porque al casarse con la noble rica, ha pasado a mejor vida, en fin, que sea para bien este matrimonio, la ganona es ella, que nada tonta, ha preferido dormir calientita los pocos o muchos años que le resten de vida, sobre todo que no le ha importado el qué dirán de la aristocracia europea y el jet set internacional, conste que si comparto con ustedes, asiduos fans, unos párrafos de este festivo poema de Quevedo, no es para burlarme de la distinguida dueña de 46 títulos , nobiliarios, líbreme Dios de semejante idea, solamente que estando en este brete de boda, y para demostrar una vez más, que lo de los matrimonios por interés son más viejos que la roña, les presento este botón de muestra que es una joya literaria que ha perdurado a través del tiempo hasta nuestros días. Aquí, enseguida, el texto del que les he hablado desde el principio de esta dominical Guillotina.
“Ven, Himeneo, ven; honra este día, no cual sueles, bañado en alegría, pero de horror compuesto. A éste, que funeral ha de ser presto, con pie siniestro asiste, unión de enigma y casamiento en chiste, que desmintiendo siglos, se acomoda a parecerte boda. No tardes, [y] contigo un ataúd traerás, mancebo amigo; pues si tardas, sospecho que en él para la esposa traerás lecho, y al infausto velado, piadoso, quitarás de ese cuidado.
Ésta, entre mil pellejos de alma en pena (sólo en su boda para flauta buena), pasar quiere sus cuartos o chanflones entre algunos doblones, y ver la luz a sus dineros deja, y sus reales da a saco. ¡Ay de ti, protovieja! Si toda Venus se revuelve en Baco daráos un San Martín mil Santïagos; tu vida toda, ¡ay triste!, será tragos; pero será ventura, pues no te afrentarán la dentadura.
Cobrara yo sus tercios; tu obligado, tus años a ducado; mas que le quede aun ciento ducados que cobrar, con llevar ciento. Dicen todos que, vana en tus dineros, tomas tu esposo en cueros; mas ¿qué importa que él beba, vista y coma, si en carne, aunque quisiera, no te toma?
(Francisco de Quevedo y Villegas: Epitalamio en las bodas de una viejísima viuda con cien ducados de dote, y un beodo soldadísimo de Flandes, con calva  original) 

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