Hace muchos años, mientras dispersaba mi natural impaciencia por Paseo de la Reforma, viniendo y reviniendo por el camellón central, rodeado de coches y gente, se me acercó una estrafalaria mujer, vestida como arrancada de la página 22 de un comic de Yolanda Vargas Dulché, ustedes, queridos lectores, saben como soy, poseo esa sagacidad de la mente que no cualquiera puede presumir, y al verla, inmediatamente pensé para mis adentros, pero no muy profundos, no fuera yo a perderme, ésta che vieja de seguro es una de Las Adelitas del Péje, y es que como la vi muy jipi chic, ataviada entre menopáusicos velos, lo único que se me hizo raro es que nunca le pude ver el molcajete, pero de seguro si lo traía, nada más que entre tanto colguije, el mentado accesorio guacamolero se disimuló muy bien, apenas iba a sacar la mano para rebasarla por la izquierda, pero la émula de Alejandra Barrales, me tacleó con un: “le digo la suerte caballero” y conste que no soy desconfiado pero desde ese momento me pareció harto sospechosa su actitud, porque cuando alguien se dirige a un extraño, aun siendo tan guapo como yo, con un término de cortesía casi en desuso, palabra que actualmente sólo sirve para colgarse en letreros de baños públicos, una de dos, o las dos, te quiere pedir prestado o te va a quitar dinero, así que me puse a la defensiva y le escupí una frase muy lapidaria, que no sé ni lo que significa, pero se oye muy apantalladora: “tengo prisa señorita” a lo mejor si se la he dicho a alguien en Laredo, si hubiera dado resultados, pero en Chilango City, en la mera mata de la transa y del chanchullo, además, donde todos andan a la carrera, como si fueran candidatos a una medalla de oro por velocidad con obstáculos, no surtió ningún efecto y ya para cuando acordé, me tenía bien pepenada la mano pero de tal manera que parecía como una llave de la luchadora Martha Villalobos, estuve a punto de darle un tope en reversa, pero cuando me dijo: “ te veo mucho dinero”, desistí de mi absurda idea, así que me puse flojito y cooperé, hasta que la gitana me dio santo y seña de mi futuro incierto porque el presente ya era inestable, por cierto que esta quiromanciana era guapa, además muy acertada, me dijo, entre otras cosas, que sería tan rico como un “chiskeik”, que tendría más dinero que Carlos Slim y más poder que la profesora Elba Esther, que por fin, y de una vez por todas, encontraría al amor de mi vida, hasta ahí todo iba bien, pero luego se puso muy seria, como con cejas de gallego en funeraria, y en trance, casi con los ojos de huevo cocido, me auguró que muy pronto –en aquel entonces, muy pronto, era el pasado de ahora pero el futuro de ese tiempo- lloraría por la muerte de alguien, y si, eso fue cierto, ya que días después se murió La Doña, pero no pude ir al velorio porque yo vivía en Bosques de las Lomas y sus pompas, me refiero a las fúnebres, eran en el panteón francés que quedaba muy lejos de todo, pero si lloré mucho, siempre es dolorosa la desaparición de una diva, aunque fuera una insepulta, como dicen los argentinos cuando se refieren a una persona que se tendría que haber muerto antes, y aunque no me lo crean, todo esto que les acabo de platicar, lo recordé en un flash back, porque una amiga cercana me mandó un peteté a mi radio para invitarme a una sesión de lectura de cartas en un domicilio inexacto, en unas calles medias machorras, precisamente en una casa que queda entre ZaraGoza con Leona Vicario, total que nos transportamos al sitio indicado, pero mañana les cuento como estuvo el encuentro con el auténtico y legítimo Hermano Santiago que luego de colocar una mantita roja sobre una mesita de madera y distribuir estratégicamente en el reducido espacio, un vaso de agua, tres limones, una piedra alumbre, cuatro frijoles negros, una ramita de epazote y una imagen de la virgencita morena que en esa foto parecía más una sota de bastos que La Guadalupana, pero de todo eso les hablaré mañana. Hasta entonces.
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