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lunes, 17 de mayo de 2010

Virtudes inventadas

Si quieres que broten todas tus virtudes: ¡Muérete! Así me lo decía mi abuelo y tenía toda la boca llena de razón, porque ahora que a ese tal por cual, se lo cargó el payaso, resulta que era un alma de Dios, ejemplar hombre, ciudadano responsable y candidato a ser trepado a los altares de nuestra chabacana iglesia católica, que por lo visto, va de picada en caída libre, lo único que la puede salvar, es que inventen otro santo para que los libre de sus aberrantes pecados, pero ese no es el tema de hoy, sino el asunto de la muerte del personaje que ocupa mi atención, claro que no me alegro, si tampoco soy tan ruin, pero un tipo de esa calaña no le hace falta a nadie, quizás yo sea muy exagerado en mis apreciaciones personales, pero dicen quienes los conocieron de cerca, que era tan su prepotencia, que no le importaba desalojar con la fuerza pública y él mismo a la vanguardia con pistola en mano a los indefensos mexicanos que caían en sus garras, igual pasaba por encima de las leyes, que eran para saltarse la trancas, según sus palabras altisonantes, era cobarde y hulero, porque quien ejerciendo la fuerza centrífuga del estado contra los miserables solamente para agenciarse pequeñas propiedades y acumular más riquezas de las que ya tenía, merece todos los adjetivos conocidos para designar a un sujeto vil de la más baja estofa de la ralea humana.
Yo lo declaré en Twitter con todas sus letras, no sé, si algún día les comenté que trabajé en un Voluntariado a cargo de mi distinguida amiga la preciosa señora Dra. Gina Aguilar Williams de Zuno en la delegación Álvaro Obregón, pues en las entregas de ayudas a los menesterosos de las alejadas colonias de dicha demarcación política, la gente se arremolinaba, y a mí, como siempre me han dado urticaria las muchedumbres, prefería quedarme a un lado de las fotos para platicar con las personas que se me acercaban solicitando ayuda y en varias ocasiones me comentaron del nefasto señor que les quitó, les quería quitar o los tenía amenazados con quitarles las pequeñas propiedades, que para los pobres muy pobres, una orillita de terreno significa todo su patrimonio, en fin, tampoco soy Dios para emitir edictos condenatorios ni siquiera a esas prefiguraciones espirituales, que si en la tierra han sido todopoderosos, ante el juicio final, son miserables seres dignos del castigo más ejemplar y si existen los variados recursos celestiales para que cada uno pague por sus pecados, seguramente, el infierno no será suficiente.
También en san Juan hace aire; aquí en el globero pueblo, hay uno que otro, que ha tomado lo que no es suyo con malas mañas leguleyas, pero como eso es más viejo que la roña, las historias se entrelazan y los codiciosos se unen para asaltar a las personas que nada saben de las leyes que protegen a capa y espada a los bandidos de cuello blanco, esos que no pisan la cárcel aunque sus delitos sean más graves que los delincuentes que purgan condenas por adueñarse de un kilo de frijoles en una tienda, sin embargo, aunque no es consuelo, les recordaré a quienes han sufrido la injusticia en cualquier de sus modalidades, que Sócrates, el sabio griego, dice que es preferible padecer la injusticia que cometerla y que Dios en su santo evangelio, en una promesa de vida eterna, les ha cantado las bienaventuranzas a los jodidos, pero como decía mi abuelo Pancho: “pobre del pobre que al cielo no va; lo chingan aquí y los chingan allá”, de cualquier manera, cada quien recibe su justo merecido, los viejos, que son la enciclopedia de la sabiduría de la vida, a manera de sentencia brillante, de condena metafísica, de justicia inmanente que es reacción a toda mala acción, aseguran que nadie se va de este mundo sin pagar todo lo que debe. Así sea y así será.

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