Para empezar, no es lo mismo México 200 años después que el México de Iturbide, o sea, tampoco hay que ser tan torpe como para no entender la diferencia abismal entre nuestra nación de antes y la de ahora, así que no vengan ahora que quieren emular a las monjas del convento de santa Mónica, que se pusieron en chinga a crear un platillo especialmente para el emperador criollo que regresaba de firmar en Córdoba, Veracruz la independencia de la corona española,
Este platillo esencialmente consiste en un chile poblano relleno de un guisado de carne de res y puerco mezclado con fruta (plátano, manzana, pera, durazno, etc.) entre otras cosas. Según la tradición, el local donde se agasajó a Agustín de Iturbide en su onomástico, fue engalanado con los tres colores de la naciente bandera mexicana ideada por el propio personaje: blanco (religión), verde (independencia) y rojo (unión). Las monjas de Puebla, contagiadas del espíritu y el fervor patrio que reinaba en esos días, decidieron preparar un platillo que contuviera los tres colores de la bandera y mezclaron los sabores dulce y salado con más de veinte ingredientes.
Ya se sabe que los religiosos de todas las épocas siempre han sido entre lambiscones y serviles con los poderosos, para no ir tan lejos en el tiempo, un claro ejemplo son los buenos oficios de Marcial Maciel que era el conseguidor de permisos especiales y visitas personales de altos dignatarios mexicanos con los diferentes Papas en la historia vaticana, pero dicen que el más pedido por todos los ricachones que querían lavar sus culpas besándole el anillo de El Pescador, ha sido el difuntito Juan Pablo II.
En estas fiestas del tan sobeteado bicentenario, además de andar de gastalones saludando con sombrero ajeno, a nuestros ínclitos funcionares les ha dado por inventar jolgorios para los ricos y sus familias, que al cabo los velorios son para los jodidos que están languideciendo de hambre, pero como es una “ridículo mayoría” pues nadie dice nada, que al cabo el mejor mexicano pobre, es el que está muerto.
No sé si aquí en el globero pueblo anden con esos preparativos, supongo que también echarán la casa por la ventana, faltaba más, faltaba menos, nada más que no se les vaya a ocurrir crear un cabrito tricolor para que sea un suculento manjar emblemático de estas patrióticas fiestas charras o pedirle a nuestra tradicional Lonchería El Popo confeccione uno de esos deliciosos lonches forrado con la bandera mexicana, además que no se les olvide que en esos años de los milochocientos, ni los apaches se atrevían a entrar a este inhóspito desierto, así que en esos tiempos nuestra región estaba deshabitada, o sea que no hay nada que podamos conmemorar que no sea una mentira oficiosa que los jilgueros de los medios de comunicación se encargarán de repetir hasta convertirla en oficial.
Por cierto, y entrando en materia, la gloriosa Universidad Tecnológica del Norte de Guanajuato diseñó recetas gastronómicas en las que recrea los sabores, olores, texturas y ambientes de la época de la Independencia y la Revolución Mexicana, vean ustedes, queridos lectores, que según ellos han rescatado suculencias antiguas, como si no supieran que lo último que se pierde en cualquier cultura, es precisamente la gastronomía, han resucitado de los anales de las cocinas guanajuatenses: "Tamalitos mi general", "ensalada mil batallas" y "agua carabina 30-30", "Chiles del convento de la Concepción", "pavita virreinal", "gallina en nogada niña bonita", "lechoncito viva México", "pescado estilo conde de la canal", "choux eclair gargones de la reina", "islas flotantes" y "añoranzas de mi México", son sólo algunas de las delicias.
En fin, que esto de las fiestas del bicentenario, seguramente serán de alegría y contento, espero que El Contador o David me manden de corresponsal a la capirucha para mandarles unas columnas bien divertidas de lo que ocurra durante esas pachangas que prometen ponerse de poca madre, crucen los dedos, queridos lectores, que todo es que me lo pidan y yo me voy pa’llá. Oremos.
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