Las mamás

Hay madres de todos tipos, tamaños y colores, pero la propia, digan lo que digan los demás, es la mejor de todas, y es verdad, lo que aseguran los que saben, que una progenitora no es un ser normal, es capaz de cualquier sacrificio con tal de ver felices a sus retoños, claro que hay algunas más cursis y patéticas que otras, esas que aseguran que para ellas sus hijos no han crecido, y el deseo se les vuelve realidad, porque los tales por cuales nunca dejan de ser niños, y aunque los labregones tengan 40 años, no trabajan, son desobligados y mantenidos por el papá, con la anuencia beatífica de la alcahueta mamá cuerva.
Perdón, ya sé, que algunas de mis asiduas fans se enojan si hablo mal de las madres, claro que no voy a decir nombres, pero un día una amiga a la que quiero mucho, aunque la última vez que la vi fue hace 20 años y eso porque me la encontré en un evento público, me mandó un e mail muy ofendida en el sentido de que para ella un regalito de su hija hecho con sus propias manos tenía un valor inestimable, yo le aclaré que en mi carácter de hijo devoto de mi sacrosanta madrecita quien cumplió su cometido con todos sus hijos, claro que conmigo se esmero, y también la adoré pero jamás fue una señora cursi de carantoñas amaneradas, por tanto, yo tampoco me convertí en uno de esos hijos ñoños que le confeccionaban alhajeros con palitos de paletas forrados con peluche, así que no es mi culpa de ser como soy, ya que todas esas manifestaciones de tierno amor nunca han formado parte de mis recuerdos, claro que no critico a nadie que como hijo, lo haga, ni a ninguna madre que desee que sus hijitos nunca crezcan para que sigan bajo su asfixiante yugo matriarcal, si hasta eso, jamás me ha parecido del todo mal, cada quien es libre de hacer lo que mejor le plazca, al fin y al cabo, no lo digo yo, sino León Tolstoi en Ana Karenina: “todas las familias felices son iguales; las infelices lo son cada una a su manera”, esos asuntos domésticos son tan viejos, que por eso se engendraron los juniors, porque nunca dejan de ser mantenidos por sus padres, y hay unos peores, que a los 50 siguen bajo los huevos de la gallina, por pura conveniencia, naturalmente que no aman a sus madres, si hay unas que son peores que víboras, tan ruines que no se quieren ni solas, pero eso es tema para otra columna, no es mi deseo agüitar la celebración de este día, lo único que he querido es felicitar cariñosamente a mis queridas lectoras que son madres y que si les complace recibir regalitos tetos de sus hijos, pues que los disfruten muchísimo en compañía de toda su familia.
Don Prócoro Ceballos Barrón mi profesor de quinto año, me ensayó una recitación bien mamona, en la que la madrecita española lloraba por su hijo que se fue y ya no regresó, decía más o menos así: “En un risueño puerto marino del sur de España y en una choza que se encontraba cerca del mar, vivía una anciana que a todas horas estaba triste, mientras sus ojos escudriñaban la inmensidad. Era una viuda pobre, muy pobre, que tuvo un hijo y apenas éste se halló con fuerza para luchar, cruzó los mares con la esperanza de hacerse rico, después que dijo: “a mi viejecita no he de olvidar”. Pasaron días, pasaron meses, llegó una carta, una misiva sin emociones corta y glacial que delataba las abyecciones de un miserable que no recuerda las gratas horas del tierno hogar. La pobre madre le disculpaba con el trabajo, después, pasaron algunos meses, un año más, y ante el olvido cobarde y necio del hijo ingrato ella decía cuál si su persona le fuera hablar: “por qué no escribes a tu viejecita que sufre y llora, porque no alegras con tus palabras mi soledad, tú no comprendes que en tus misivas hallo consuelo y un sacro goce que en otra parte no he de encontrar”. Ya en la casa, le pregunté a doña Juanita, qué le pareció la recitación amá, rotunda como siempre fue, me contestó: “vieja llorona, por qué chingaos no le habló por teléfono”. Felicidades a todas las mamás en su día.