“La Llorona” es un personaje del imaginario popular que a
pesar de que han transcurrido tantos siglos sigue sembrando el terror entre los
niños, no lo sé de cierto, pero supongo que a fuerza de ser contado millones de
veces, dicho mito ha llegado a convertirse en realidad, los estudiosos de estos
fenómenos antropológicos, se han asombrado que con el paso del tiempo, la
leyenda no sólo no se ha desvanecido, sino que cada pueblo globero de nuestro
paranoico país tiene su propia Llorona, hace muchos años, no voy a decir
cuántos, porque luego van a hacer cuentas y sacarán mi edad exacta, había un
personaje extravagante que deambulaba por el barrio de La Loma, no que fuera un
ente fantasmagórico, pero francamente causaba miedo entre los chiquillos que
tomábamos por asalto las calles aledañas a la escuela Cosme Pérez para jugar al
futbol, a la roña o al pin pon, así que cada vez que aparecía la santa señora,
el grito de: “Ái viene La Loca Matiana”, era la alerta para que los más miedosos
corriéramos a refugiarnos en las casas, mamá que era una Generala y no le tenía
miedo ni al diablo, salía a correrla luego de que le daba una limosna, pero
fuera de esa loquita, nunca, al menos que yo tenga memoria, se nos apareció un
alma en pena, y eso que, siempre había corrido el rumor de que estos solares,
antes, muy antes, habían sido panteones en la época de la revolución, no sé,
supongo, que todo era una vil mentira, que nadie sabía a ciencia cierta, pero
estando las instalaciones de la Cosme tan sombríos por las noches, pues era muy
fácil andar elucubrando que todos los ruidos orgánicos del mobiliario de la
escuela, eran producto de fantasmas que hacían de las suyas mientras la gente
descansaba, les comentaba desde el principio de esta columna, que a pesar de
que la denominación de origen de “La Llorona” es la ciudad de México,
Guanajuato también tiene la suya, y la leyenda se extendió a otros lugares del
país, esto lo leí en una de esas páginas de internet, que en algunos pueblos se
decía que la llorona era una joven enamorada que había muerto en vísperas de la
boda y traía al novio la corona de rosas blancas que nunca utilizó, pero en
otras partes, se creía que era una madre que venía a llorar a sus hijos huérfanos,
otros, los más amarillistas, como ciertos periodistas paisanos, han afirmado
que es una mujer que ahogó a uno de sus hijos y por la noche lo busca a lo
largo de los riachuelos o quebradas, exhalando prolongados lamentos, en fin,
que no quería dejar pasar la oportunidad de incluir algo de miedo en estos días
de jalouin y de muertos, por cierto, que el panteón municipal antiguo, desde el
domingo, está plagado de vendedores ambulantes, que venden fritangas muy
sabrosas espolvoreadas con tierrita del panteón, o sea, no que agarren un
salero y lo llenen de polvo para aderezar las gorditas, los churros y los
tamales, pero estando en esa demarcación de enterrados, ni modo que el viento
que juega a los remolinos entre las tumbas no se lleve un poco de huesos
molidos a la comida, por cierto, mi primo hermano Manolo Alonso Macías, realizó
un extraordinario trabajo de restauración al Cristo Rey de la tumba familiar que
es un dúplex, en el que descansan los restos mortales de mi mamá, de mi tío
Valentín y de mis hermanos Panchito, Alma y César, le quedó tan bonito que
hasta parece que en cualquier momento se va a levantar a vivir, ya les contaré
en estos días de guardar que son para los fieles difuntos, no para cualquiera,
es decir, sirven para recordar a los difuntos católicos, no a los muertitos de
las otras religiones, respecto a mi visita al panteón, y si me queda tiempo y
humor, les compartiré anécdotas simpáticas de cuando era un huerquillo iba a
acarrear tinas de agua para ayudar a las señoras a lavar las lápidas de sus muertitos,
pero eso, si me queda ánimo. Hasta entonces.
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