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miércoles, 2 de noviembre de 2011

Espejo roto


Nuestro país se está volviendo uno de esos espejos rotos en que nadie puede verse con claridad, es un mosaico de violentadas imágenes que se repiten sucesivamente ante el tráfago de las almas de millones de ciudadanos conformistas que no saben lo qué hacer ante la barbarie desatada en todo el territorio nacional, y los legisladores no legislan, y el seguro social no sirve para nada, y en general, las instituciones, esas que tanto ha despreciado López Obrador, se están derrumbando desde sus cimientos, los mexicanos todos parecemos náufragos en un chisguete de agua agitado por las aspas de una lavadora.
No sé si ustedes, queridos lectores, han percibido lo mismo que yo, hay algo en los retruécanos del aire que se siente podrido, este terruño ya no es el mismo pueblo de mi infancia, el de mis padres, el de mis abuelos, en el que todavía se podía uno sentar en las mecedoras para ondular las conversaciones e hilvanar los recuerdos, ese Nuevo Laredo luminoso, de los atardeceres acrisolados, en el que sembraron tantos sueños de bienestar nuestros ancestros, ése ya no existe, algo nos pasó, en algún momento, sin que nadie nos avisara, de repente, un cabrón se llevó la escalera y nos dejó agarrados de la brocha.
Nuevo Laredo se nos está cayendo a pedazos; es como una gran casona, ya sin techo, sin puertas, ni ventanas, sin pisos, sin macetas de yerbas de olor, sin huizaches, ni nogales, sin zacatito, sin horizontes, sin barandales de donde asirnos, todos nuestros prohombres se nos fueron a Laredo, Texas, a san Antonio, los huleros se llevaron todo cuánto pudieron trepar a sus troconas de lujo, fue la desfundación de Nuevo Laredo, esa epopeya cursi y absurda que los melancólicos politiquillos de cuarta, lloriquean en sus discursos fiambres del quince de Junio, el éxodo inició poco a poco, y de repente ninguno de los líderes quedó encima de este tepetate en el que parece que hubiesen bailado los diablos.
Los pocos lugares que tenemos para salir a orearnos son puras ruinas, y estos hijos de la chingada, están viendo que se nos está cayendo el pueblo encima, que cuando llueve se nos moja la casa, y sin importarles que hay que cuidar el dinero para lo esencial, para lo fundamental, todavía se ponen a organizar fiestas como el mentado Festival Tamaulipas, que es una comparsa de pueblerinos torpes, y no digo, no, que no lo hagan, me regocija el hecho de que todavía tengan ánimos de andar de pachangueros, pero que esperen a que se llenen de agua los arroyos, que estamos en la miseria, que el poco dinero se debe ocupar para lo más importante, no sé, lo pregunto al desgaire, desde cuando no le darán una manita de gato al legendario parque Mendoza que es como un jardinsote del poniente, pues, es una pena de solar, ya que está casi en penumbras, casi en ruinas, pero orgulloso, no se deja abatir por la abulia de nuestros funcionarios, en el Mendoza  las palmeras de talle esbelto se mecen al viento esperando la noche como si Toña La Negra les fuera a cantar, ese parque, y me refiero específicamente a éste, pero puedo poner de ejemplo a cualquier plaza, solamente que el Mendoza está tan abandonado y me gustaría que tuviera muchas luces, como las plazas de Monterrey, que son tan hermosas que cuando he llegado a disfrutarlas, me siento avergonzado de las condiciones paupérrimas de Nuevo Laredo, esa ciudad a la que Ramón Garza Barrios vislumbraba como una gran metrópoli, esté tan jodida, con dos teatritos, con escuelitas pedorras, con un centro histórico que más bien parece una sucursal de la zona roja, con putas caminando de esquina a esquina, con una Cruz Roja lucrando cínicamente con el dolor ajeno, sin que ninguna autoridad competente se atreva a quitarles su negocio particular, en fin, no nos queda de otra que esperar a que un vendaval se lleve toda la tristeza y Nuevo Laredo, en cualquier momento, se levante a vivir. Oremos. 

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