Nuestro país se está volviendo uno de esos espejos rotos en
que nadie puede verse con claridad, es un mosaico de violentadas imágenes que
se repiten sucesivamente ante el tráfago de las almas de millones de ciudadanos
conformistas que no saben lo qué hacer ante la barbarie desatada en todo el territorio
nacional, y los legisladores no legislan, y el seguro social no sirve para
nada, y en general, las instituciones, esas que tanto ha despreciado López
Obrador, se están derrumbando desde sus cimientos, los mexicanos todos parecemos
náufragos en un chisguete de agua agitado por las aspas de una lavadora.
No sé si ustedes, queridos lectores, han percibido lo mismo
que yo, hay algo en los retruécanos del aire que se siente podrido, este
terruño ya no es el mismo pueblo de mi infancia, el de mis padres, el de mis
abuelos, en el que todavía se podía uno sentar en las mecedoras para ondular
las conversaciones e hilvanar los recuerdos, ese Nuevo Laredo luminoso, de los
atardeceres acrisolados, en el que sembraron tantos sueños de bienestar nuestros
ancestros, ése ya no existe, algo nos pasó, en algún momento, sin que nadie nos
avisara, de repente, un cabrón se llevó la escalera y nos dejó agarrados de la
brocha.
Nuevo Laredo se nos está cayendo a pedazos; es como una gran
casona, ya sin techo, sin puertas, ni ventanas, sin pisos, sin macetas de yerbas
de olor, sin huizaches, ni nogales, sin zacatito, sin horizontes, sin
barandales de donde asirnos, todos nuestros prohombres se nos fueron a Laredo,
Texas, a san Antonio, los huleros se llevaron todo cuánto pudieron trepar a sus
troconas de lujo, fue la desfundación de Nuevo Laredo, esa epopeya cursi y
absurda que los melancólicos politiquillos de cuarta, lloriquean en sus discursos
fiambres del quince de Junio, el éxodo inició poco a poco, y de repente ninguno
de los líderes quedó encima de este tepetate en el que parece que hubiesen
bailado los diablos.
Los pocos lugares que tenemos para salir a orearnos son
puras ruinas, y estos hijos de la chingada, están viendo que se nos está
cayendo el pueblo encima, que cuando llueve se nos moja la casa, y sin
importarles que hay que cuidar el dinero para lo esencial, para lo fundamental,
todavía se ponen a organizar fiestas como el mentado Festival Tamaulipas, que
es una comparsa de pueblerinos torpes, y no digo, no, que no lo hagan, me regocija
el hecho de que todavía tengan ánimos de andar de pachangueros, pero que
esperen a que se llenen de agua los arroyos, que estamos en la miseria, que el
poco dinero se debe ocupar para lo más importante, no sé, lo pregunto al
desgaire, desde cuando no le darán una manita de gato al legendario parque
Mendoza que es como un jardinsote del poniente, pues, es una pena de solar, ya
que está casi en penumbras, casi en ruinas, pero orgulloso, no se deja abatir
por la abulia de nuestros funcionarios, en el Mendoza las palmeras de talle esbelto se mecen al
viento esperando la noche como si Toña La Negra les fuera a cantar, ese parque,
y me refiero específicamente a éste, pero puedo poner de ejemplo a cualquier plaza,
solamente que el Mendoza está tan abandonado y me gustaría que tuviera muchas
luces, como las plazas de Monterrey, que son tan hermosas que cuando he llegado
a disfrutarlas, me siento avergonzado de las condiciones paupérrimas de Nuevo
Laredo, esa ciudad a la que Ramón Garza Barrios vislumbraba como una gran metrópoli,
esté tan jodida, con dos teatritos, con escuelitas pedorras, con un centro
histórico que más bien parece una sucursal de la zona roja, con putas caminando
de esquina a esquina, con una Cruz Roja lucrando cínicamente con el dolor
ajeno, sin que ninguna autoridad competente se atreva a quitarles su negocio
particular, en fin, no nos queda de otra que esperar a que un vendaval se lleve
toda la tristeza y Nuevo Laredo, en cualquier momento, se levante a vivir.
Oremos.
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