Soy, esencialmente, un cronista social habilitado a
columnista por la gracia de Dios y María santísima en su advocación Guadalupana,
el resto de la historia de mi paso por el periodismo local lo conocen ustedes mejor
que yo, por ello, cada vez que tengo la ocasión de confeccionar una nota de ese
tipo, me llena de orgullo el hecho de escoger entre el manojito de las pocas
palabras que entre malabares idiomáticos utilizo en mis sencillos textos y en
ese influjo literario me aferro a la esperanza de que en siendo un trascendental
evento para la distinguida familia de Don Juan Simón Pérez Ávila decano del
oficio y Maestro de varias generaciones de periodistas paisanos, surja de mi
teclado un sensible mensaje para su hija quien amén de bellísima, posee en su
discurrir por la vida la distinción que su espíritu le irradia, a ella, la
disfruté en su espléndida dicción durante su brillante conducción en un
noticiero que se transmitía en un canal de Laredo, Texas, es inteligente y
culta, gracias a su denodado esfuerzo ha sido capaz de obtener varios títulos
universitarios, no quiero que esta columna se convierta en una pasarela
curricular, pero por justicia tengo que mencionar sus logros académicos; Master
en Comunicación por la universidad de Nuevo León, y en la universidad de Texas:
Maestra Inglés-Español y Licenciada en Artes y Letras, y habla con fluidez el
idioma portugués, Ana María se unirá en santo matrimonio a su amado el C. P Orlando
Calderón en una solemne ceremonia cobijados bajo la luz del Cielo y ante la
mirada de Dios, emotiva frase que decreta el juramento de amor eterno en la
participación que ha tenido la amabilidad de enviarme mi admirado colega, y,
por favor, perdóneme Don Juan por lo igualado que soy, reconozco que no tengo
los merecimientos para considerarme a su altura, solamente que parto de la idea
de que funjo como escribidor de los hechos cotidianos, a usted le consta que no
suelo ser tan acomodaticio en los entrepaños del oficio, sé el exacto sitio que
ocupo, nada más que de pronto me vino a la mente, una de esas ráfagas sinestesicas
en la que recordé su indulgente artículo plagado de adjetivos que no habré de
transcribir, y no por falsa modestia, que modesto nunca he sido, sino porque a
pesar de que en su editorial: “El Aristarco de la Comunidad” un rosario
hilvanado de vocablos tan pulidos, en que la pluma que vuela alto, muy alto de
Don Juan, me dedica elogios tan inmerecidos, que si vinieran de otra mano, con
la soslayada intención de alabar por mera distracción, no los habría aceptado
con agrado, además, el premio nunca fue para mí que al final de cuentas soy un sencillo
redactor, sino para Don Chilo, quien el 22 de Noviembre cumple ochenta años, y
por el solo hecho de observar en los ojos de mi santo Padre, que es un viejo
sabio, ese fulgor de digno orgullo por ver reflejado en sus buenas palabras, las
cualidades que me impone con generosidad de patrono, lo bendigo a usted y a
toda su familia, que ese artículo es el diploma de un doctorado en el oficio
que muchos quisieran tener en su poder, en fin, el enlace matrimonial tendrá
lugar esta tarde en punto de las tres en El Jardín Residencial Calderón en el
estado de Texas, al hacer acuse de recibo de la invitación a tan dichoso
acontecimiento, a través de esta Guillotina, agradezco la deferencia, pero al
carecer de visa gringa, no podré, como es mi ferviente deseo, estar presente en
la boda, ténganlo por seguro, queridos lectores, que al enterarme de que la
bella Ana María y su prometido Orlando están dispuestos a unir sus vidas
convirtiéndolas en un solo destino, el proverbio latino: “Amor Vincit Omnia” adquiere
una dimensión distinta, y estoy seguro, que en el embeleso de ese amor que todo
lo vence, el buen Dios les otorgará su bendición para que sean tan felices como
se lo merecen y les corresponde. Felicidades a ambos y a todos los seres que
los quieren bien y los quieren ver dichosos. Alzo mi copa y brindo por ellos.
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