“Dios, perdónalo tú, porqué yo no puedo”, esas fueron las
últimas palabras de la reina Catalina de Inglaterra, y es que, Catalina de Aragón
última hija de doña Isabel y don Fernando, primero se casó con Arturo Tudor, al
que estaba comprometida en matrimonio desde niña, pero a los 18 años, el rubio
hijo del rey Enrique VII, murió a causa de una gripa mal cuidada, es decir, de
lo que antes se denominaba apocalípticamente: “la peste”, así que, Catalina
quedó viuda a los 16 años, pero como el monarca inglés no tenía dinero
suficiente para regresar la dote a los ricos reyes castellanos, prefirió
quedársela en su territorio, por tanto, ofreció a su hijo Enrique de tan solo
once años para que cuando se llegara el momento, contrajera nupcias con la
desolada y triste viuda adolescente, años más tarde, ya se sabe que los
lambiscones de El Vaticano siempre han sido especialistas en arrodillarse ante
los ricos, se logró que El Papa otorgara una dispensa pretextando que la unión
no se había consumado en el lecho marital, y Enrique de 18 y Catalina de 23 se
casaron ante las leyes de Dios y de los hombres con la venia de la santa romana
iglesia, pero el verdadero desgarriate vendría años después cuando el mujeriego
Enrique se encontró con la voluptuosa Ana Bolena, pero primero probó a ver si
le gustaba su hermana María a la que el rey Francisco de Francia la describió
como: “una gran puta, la más infame de todas”, las hermanas Bolena eran damas
de compañía de la reina Catalina, solamente que Enrique se apasionó de Ana al
grado que despreció a la iglesia católica cuando el Papa Clemente VII se negó a
concederle la anulación, y es que, estos monarcas todopoderosos, hagan de
cuenta, queridos lectores, se sentían que Dios bajaba del cielo para verlos
cagar, ante la rotunda negativa de los príncipes de la iglesia, montado en su
muina, el rey Enrique VIII, instó al cardenal Worsley, otro gran impostor
católico a que presionara a los prelados de El Vaticano para que accedieran a
su capricho real, por supuesto, que Catalina, conocedora de su inmenso poder,
hija de los Reyes Católicos título donado a Fernando e Isabel por el lambiscón
Papa Alejandro VI, quien no es otro que el mismísimo Rodrigo Borgia, se negó a
aceptar el hecho de que los cardenales ingleses y uno que otro italiano en un
tinglado armado en Inglaterra decidieran sobre su persona tan llena de gracia
como el Ave María, y es que, el abogado cardenal Tomás Worsley como tantos
otros príncipes celestiales católicos, poseía el poder detrás del trono inglés,
y no se movía una hoja del flemático árbol sin su expresa voluntad, quería
demostrar en ese juicio que la pobre Catalina había sido desvirgada por Arturo
su primer esposo, así que, como era un gran pecado según las sagradas
escrituras, tomar como mujer en el lecho conyugal a la esposa de su hermano, de
ese modo, anular el matrimonio entre Enrique VIII y Catalina, por supuesto que
la española juró con la mano sobre la biblia que ella había llegado intacta tal
como había nacido del vientre de su madre al tálamo de su amado esposo, bueno,
para no hacerles el cuento largo, resulta que, como el Papa Clemente VII le
tenía miedo a Chabela y Fer, o sea, los reyes católicos y también al emperador
Carlos V. sobrino de Catalina, dictó su sentencia al explicar que si Catalina
accedía a divorciarse de Enrique por su propia voluntad, él no opondría ninguna
resistencia a dicho divorcio, finalmente el caprichoso y calenturiento rey
inglés, fundó su propia iglesia del que era el dueño absoluto, así que se casó
con Ana Bolena, que también terminó por fastidió, a pesar de que era muy guapa,
y la mandó decapitar sin mayores miramientos, es, por eso que, Catalina,
repudiada, triste y deprimida, luego de 18 años de matrimonio con Enrique,
murió desolada, dicen sus criados que en sus oraciones en su lecho de muerte,
musitaba: “Enrique, que Dios Nuestro Señor te perdone, porque yo no puedo”.
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