No me pregunten ni como fui a dar a la oficina sede de la
Barra de Abogados de Nuevo Laredo, pero allí estaba siendo testigo de una
abrupta toma de las instalaciones, no sé cómo se diga, supongo que es una
especie de quema de brujas para destituir a un indeseable, pero por más que le
doy vueltas al asunto, francamente, aun no acabo de entender a cabalidad las
razones de la runfla de abogados gordos y viejas mitoteras para hacerlo de una
manera tan burda, ni que la presidencia de tan chabacana institución resultara
un apetitoso botín para cualquiera de los que arengaban contra Manuel Galván
Almendarez actual líder de los gestores de la ley, digo, si fuera a nivel
nacional, a lo mejor valdría la pena, pero es que todo el sainete fue tan soez,
que con perdón de las verduleras, ni siquiera ellas hubieran sido capaces de
protagonizar una escena tan bochornosa, lo peor no fue eso, sino que en el
medio de la trifulca se encontraban varios viejitos que luego de haberse
embarrado en estos vergonzantes hechos ya nadie les podrá adjudicar lo de
“venerables ancianos”, no me asusto de nada, pero ellos que en la teoría
tendrían qué hacer uso de las leyes y no de la fuerza, se han puesto en
evidencia ante la opinión pública, aunque la verdad es que varios de esos que
andaban en el bochinche, son leguleyos con más saliva que conocimientos, es
decir, son discutidores profesionales de cantina, de esos que al son de Jalisco
no te rajes, cuando pierden dan el manotazo para arrebatar, qué les costaba
esperar unos días más para que concluyera el mandato de Manuel Galván, si yo
crucé dos palabras con un testigo de los deleznables acontecimientos y me
aseguró que su gestión terminaba en los primeros días de Diciembre, Esperanza
Almanza, vecina del barrio de toda la vida, declaró ante propios y extraños:
“es la casa de nosotros los abogados”, pues que me perdone tan distinguida
litigante, pero yo no voy a desmadrar mi pobre hogar agarrándolo a patadas y
quebrándole las puertas, a estos indignados abogados, nada más les faltó que
llevaran antorchas como el pueblo sublevado para derrocar al tirano, qué pena,
que yo, sin tener vela en el entierro, tuviera que haber presenciado lo que
vieron mis ojos, lo peor de todo, fue cuando la infame turba de abogadas aves
quebró los vidrios de la puerta, que eso no se hace ni siquiera cuando hay un
incendio que se pueda sofocar con un chisguete de agua, con la entrada franca,
los abogados, incluso los gordos, se metieron al local para sesionar, al poco
rato, llegaron varios jeeps de soldados, que en lugar de andar vigilando esas
calles de Dios, se apersonaron para apaciguar los ánimos, pero en viendo que se
trataba de un vodevil de carpa barata, más tardaron en llegar que en irse, en
fin, que todo tiene solución, si los abogados borloteros y alzados están
convencidos de que el zafarrancho que armaron en plena vía pública, sin ningún
asomo de pudor, es de beneficio para su barra, que le sigan por ese rumbo, que
al cabo si se van aniquilando entre ellos en guerras intestinas, nos quedarán
menos en el globero pueblo para que nos sigan defendiendo con sus compadres los
jueces, a veces, sólo a veces, me dan ganas de mudarme a otra ciudad, pero
estoy tan encariñado con mi barrio, me gustan tanto las carnes asadas, los
lonches de El Popo, los tacos de caballo, las hamburguesas Río, los lonches de
Salazar, las milanesas oreja de elefante del restaurante Mary’s que está por la
González a media cuadra de El Diario, las tostadas de La Siberia, y sobre todo
que no he perdido la esperanza de que nuestro ámbito corrupto se sacuda el
estiércol, solamente que este acto apto para un circo de tres pistas me apaga
el entusiasmo y me fractura el alma, y ni modo que digan qué lo hicieron
empujados por su inexperiencia, si entre toda la bola de abogados soflameros se
juntaban más de dos mil años de andar meneando la constitución. Ya dije.
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