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jueves, 22 de abril de 2010

!Viva Maestro!

Nunca he considerado importante premio alguno que se le otorgue a un escritor, de hecho, todas esas inservibles asociaciones de hombres y mujeres cultos que se la pasan de coctel en coctel, de lo que menos saben, es acerca de lo que premian, porque díganme ustedes, queridos lectores, si estos buenos para nada, andan del tingo al tango en los jolgorios y los velorios de los hombres ilustres, a qué hora se dan el tiempo de asomarse a una buena lectura, no digo, no, que no sean gratas las reuniones en donde los asistentes gorrean la copa, se cuentan unos a otros el chisme del día y presumen sus garritas de diseñador famoso, si hasta hace muy poco tiempo yo también andaba ahí en calidad de cronista de los aconteceres de tan engorrosos como inútiles eventos.
Lo único bueno de dichos galardones, es el premio que se otorga en efectivo, ya que si se toma en cuenta que los escritores decentes no poseen más caudal que sus propios sueños, ese dinerito por poco que sea, podrá serles de gran utilidad, todo esto viene a cuento, porque el poeta mexicano José Emilio Pacheco ha sido elegido entre la pléyade universal, para condecorarlo con el premio Cervantes, y el pobre hombre que no se asoma a la calle ni a comprar un helado, con tantos emperifollados a su alrededor, seguramente se va a sentir incómodo ante tanta falsedad de los ahí reunidos con el propósito de hacerle caravanas que no son sinceras, ya que todos forman parte de la comparsa cursi de intelectuales cocteleros, que de esas tribus socialités abusivas las hay en todos lados, unos para decir que estuvieron y otros para tomarse la foto, casi ninguno para leer su obra.
Yo, ustedes lo saben bien, porque me conocen desde siempre, no soy ningún especialista de nada ni siquiera soy apto para criticar a la vieja gorda mal vestida del baile Blanco y Negro, mucho menos para analizar la espléndida trayectoria de José Emilio Pacheco, si acaso, lo único que me queda es comentarlo con admiración y arrobo por lo que representa su deslumbrante obra para las letras mexicanas.
José Emilio Pacheco nació en la Ciudad de México en junio de 1939. Además de poeta y prosista se ha consagrado también como traductor, trabajando como director y editor de colecciones bibliográficas y diversas publicaciones y suplementos culturales. Ha sido también docente universitario e investigador.
De su obra poética se destacan: Los elementos de la noche en 1963, El reposo del fuego en 1966, No me preguntes cómo pasa el tiempo en 1969, Irás y no volverás en 1973, Islas a la deriva en 1976, Desde entonces en 1980, Trabajos en el mar en 1983 y Como la lluvia, sus libros más recientes: Tarde o temprano, que reúne su poesía completa, y la novela corta: Las batallas en el desierto.
A Pacheco le entregarán 120 mil dólares, que no es cualquier firulilla, aunque en tono divertido y profético, ha asegurado que lo empleará para gastos de hospital, en fin, que como ya lo he dicho antes en esta columna, el mejor premio para los escritores es que la gente los lea, y es que de nada sirve que los aclamen victoriosos, los coronen de laureles y tapicen con claveles la Gran vía, si su obra, por la que se han quemado las pestañas y agotado su vida, pase desapercibida.
José Emilio ya está en la madre patria y él, que odia las muchedumbres, tal vez, en este momento ha de estar recibiendo el premio Cervantes para honra y para gloria de nuestra violentada nación. Pacheco, humilde entre los humildes, ha dicho a los periodistas que le han preguntado su sentir al recibir esta importante presea: “Yo no tenía ninguna esperanza más que la de escribir”. ¡Viva Maestro! Viva por muchos años más.

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