“No pareces de Laredo” y yo puse cara de gringo al que, le cuestionan algo complicado en español, pero como siempre he sido socrático, me negué a entrar al terreno de las especulaciones, así que para no quedarme con la duda, le pregunté directamente, entonces: ¿de dónde parezco? Ya para ese momento, sumí la panza lo más que pude para evitarle la tentación de que me dijera: “de El rancho El Girasol”, me puse los lentes oscuros casi por encima de mis cejas de gusano quemador para que no me identificara con un Tal Iván, conste que no me refiero a mi amigo César Iván, sino a un talibán árabe, fruncí la nariz para que me quedara como de estornudo y no me fuera a comparar con alguna estatua griega de las que esculpe el mexicano Sebastián, en eso estaba, cuando el hijo de su chifosca madre, me dijo que parecía como yucateco, la verdad, no supe que responder, porque ignoro el plan con el que me lo dijo, supongo que fue un halago, pero lo malo es que no tengo ningún lazo consanguíneo con gente de esa hermana república henequenera, la verdad estoy en un dilema existencial que no he podido aclarar.
Mi tía Rosa, sí, así se llama, y de segundo nombre lleva el eufónico nombre de Celeste, es decir Rosa Celeste, siempre creyó que Raphael, el cantante español, era de Linares, Nuevo León, hasta que un día le dije qué mamá da consejos para que se ande equivocando así tía de mi alma, para empezar el divo nunca fue divo, sino diva y si era español, pues obviamente era español de España no de Linares que allá todos son güeros gracias a que se perdió un regimiento de franceses jediondos, pero nada tiene que ver el intérprete de: “Más bonita que ninguna” con el Linares de aquí, pero de esos errores está plagada la historia de la humanidad, yo por ejemplo tuve la peregrina idea de que el pendejete regiomontano me iba a decir que tengo rasgos europeos, no digo, no, que de los países bajos por mi escasa estatura, pero mínimo de algún país de raíces monárquicas, en fin, eso me pasa por andar en esos lugares de baja estofa, y conste que no me refiero a la regia ciudad sultana, sino a los correderos del arte en los que me metí, que francamente me gustó el ambiente, a ver si mi editor me otorga viáticos para ir a cubrir la cultura en esos lares, que al cabo me conformo con que me dé unos devaluados pesos que yo cambiaré a divisas codomontanas para que me alcance para el camión, unas sodas y unos tacos de machacado con huevo.
Ahora más que nunca, me doy cuenta de que la verdad también peca y se acomoda a mis circunstancias, si de un galanazo como soy; de ojos pizpiretos y cejas con reminiscencias de mis antepasados gitanos, caí en el bache profundo de la ignominia gracias a una confusión a todas luces ominosa de mi oriundez, en fin, ahora que estuve en Monterrey me he dado cuenta de que tengo que ir más seguido a dicha ciudad, allá paso por yucateco y ya se sabe que los descendientes de los mayas son unos genios para la música, las bombas y la gastronomía, así que por lo menos me van a colocar en un lugar preponderante en sus simpatías, aunque pensándolo bien no tengo el acento cantadito, pero si estoy algo cabezón, en fin, tampoco hay nada de malo en no parecer tamaulipeco, que dicho sea de paso, yo nunca niego la cruz de mi parroquia, de aquí nací de aquí soy, si no me quieren ni modo, no soy monedita de oro pa’caerle bien a todos.
No soy un embajador neolaredense de mala cepa, siempre procuro callar en el momento justo en el que no sé que decir y calladito paso por más listo de lo que soy, cuando alguien sabe más que yo, hago pausa larga, me intrinco como closh descompuesto, para aprender algo nuevo, al fin que no hay nada de malo en embuchacarme los juicios de apreciación de los demás, y si para unos soy un yucateco norteño, para otros soy un norteño mal hablado y jijuela, nada más faltó añadir una frase típica de mi abuelo Pancho: “No porque cabrón seas, pendejo te hagas”. Ya dije.
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