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jueves, 1 de abril de 2010

Palabra de Paz

A mí, lo que siempre me ha interesado de los creadores, es su obra, no soy de los que van por la vida coleccionando autógrafos y fotografías en las reuniones cocteleras, aunque tengo que confesar que de toda la pléyade me hubiera gustado conocer a Octavio Paz, además, porque había posibilidades reales de trazar su paradero y un encuentro con su persona, conste que no estoy presumiendo, ya saben ustedes, queridos lectores, que no soy afrentoso, bueno a veces sí, pero nunca demasiado llamativo, y es que el premio nobel mexicano, es mi poeta favorito, al que leo de manera constante para llenarme de su pletórico mundo de imágenes.
Paz, es, de entre todos los demás, un escultor de las palabras, que a través de sus letras supo confabular un prodigioso sistema de ideas del intrincado teclado de sensibilidades de los seres humanos, lo que resalta en su obra, es el hecho de la universalidad de su quehacer, ya sé que no soy especialista en el tema, si eso lo tengo muy claro, mi comentario en la presente columna, es, como ya lo he dicho reiteradamente, mi percepción personal de tan grandioso poeta, es decir, lo expreso asistido por mi derecho inalienable de emitir mi apreciación de cualquier tema, naturalmente que conozco mis limitaciones, tampoco me ciega el amor propio, por si no lo sabían, DON Octavio nació el 31 de Marzo del Año de El Señor de 1914 en la muy Noble y muy Leal ciudad de México, por tal razón, en recuerdo a su memoria, he traído a colación al notable escritor mexicano.
Octavio, lo llamo así, por la cercanía a su obra, peleó muchas batallas ideológicas, y les parecerá extraño, asiduos fans, que en lugar de transcribir un poema, comparta con ustedes, un párrafo histórico, de la Postdata de la carta de Paz Al poeta Catalán Pere Gimferrer escrita el 12 de julio de 1988, en la que señala un desencuentro con Carlos Fuentes el otro titán de nuestras letras mexicanas, nada más para que vean que en todos lados se cueces habas y que hasta en esas altísimas esferas de curtidos intelectuales en fragorosas luchas del pensamiento, se daban sus mandarriazos.
"P.D. Ya terminada esta carta y antes de echarla al correo, vuelvo al primer párrafo. Perdóname el pequeño desahogo que vas a leer. Como si no fuese bastante con el desajuste íntimo que experimento apenas regreso a México, debo ahora enfrentarme al pequeño escándalo provocado por el ensayo de Enrique Krauze sobre (contra) Carlos Fuentes. Yo hubiera preferido no publicar ese texto en Vuelta. No pude. Lo siento de verdad. Tú me conoces y sabes que lo que digo es cierto. Y no hubiera querido publicar ese escrito apasionado, por dos motivos. El primero: la vieja y sincera amistad que me une (o unía, no sé) a Fuentes. Una amistad desde hace años resignada a sus intermitencias y a sus desapariciones súbitas seguidas por sus apariciones no menos súbitas. El segundo, porque soy enemigo de las querellas personalistas.
Mis polémicas y batallas han sido siempre (o casi siempre) intelectuales o ideológicas. Pero, ¿cómo hubiera podido yo, que tantas veces he defendido la libertad de opinión, negar las páginas de la revista a un escritor mexicano –aparte de que ese escritor es, nada menos, el subdirector de Vuelta? La reacción, previsible, no se hizo esperar: varios artículos de desagravio a Fuentes y otros de crítica acerba en contra de Krauze. Naturalmente, no han faltado los renacuajos que dicen –uno ya lo escribió- que se trata de una maniobra inspirada por mí para desacreditar a un rival aspirante al premio Nobel. ¡Qué infames! Jamás he ambicionado ese malhadado premio- es otra mi idea de la gloria- y nunca he movido ni moveré un dedo para tenerlo. Pero este incidente ha hecho más amargo mi regreso. No solamente he perdido a un amigo (inconstante y escurridizo, es cierto, pero también inteligente, generoso y cálido) sino que debo soportar callado las calumnias.

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