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miércoles, 29 de junio de 2011

Ya me quité del cibervicio

No he perdido mi capacidad de asombro, y eso, me sigue asombrando, les cuento, queridos lectores, que gracias a mi fuerza de voluntad, pero sobre todo, a una decisión tajante de que el internet no me dominaría por completo, yo que he sido un internauta sin medida, un día me paré de la cama con la firme intención de aventar a la papelera de reciclaje todo lo que oliera a la súper carretera de la información mundial, no crean que fue fácil, la verdad es que me la pellizqué un buen rato para lograr mi objetivo, ya que, confieso ante Dios todopoderoso y ante ustedes queridos hermanos, que he navegado mucho de pensamiento, palabra, obra y omisión, conste que no es un Mea Culpa falso de toda falsedad, sino que asumiendo mi maldad ontológica, es decir, esa que nació conmigo, había intervalos del tiempo en el que a veces comía, a veces bebía o a veces dormía, pero la mayor parte de esos momentos, los pasaba acompañado de mis virtuales seres dominantes, lo raro no es que me haya enviciado a ese grado, sino que por edad, saber y gobierno, tenía que haber podido detenerme a tiempo, pero no sentí jamás correr el tiempo, como dice el maravilloso poema de Renato Leduc, que dicho sea de paso, y como breviario cultural, tuvo amores de esposo con la recientemente fallecida pintora surrealista Leonora Carrington, total que no supe cómo fue, pero me aficioné a usar la computadora casi como una extensión de mi persona, sin embargo, no todo fue tiempo perdido, ya que, aprendí dentro de ese mundillo de fuegos fatuos, es decir, de luces evanescentes, que le podía dar un uso útil al cyberinframundo y me dediqué a recopilar poesía de todo tipo, de hecho, a través de las intermitentes conexiones, tuve noticia de muchos autores que no hubiera podido conocer de otra manera, o quizás sí, pero siendo uno de esos ratones de biblioteca, que nunca lo he sido a pesar de lo que yo les haya podido presumir con mis torpes comentarios en esta columna, total, para no hacerles el cuento largo, abdiqué a mi trono virtual del top 5 de Twitter, que no es la gran cosa, es verdad, pero siendo ahora la red social de moda, que haya decidido abandonarla cuando apenas empezaba a ponerse bueno el asunto de los dimes y diretes, significa que no soy tan banal como muchos de mis detractores lo piensan, sin embargo, lo que sí me ha dolido, y sigue doliendo, es haber abandonado a mis miles de seguidores, pero aunque no soy monedita de oro pa’caerle bien a todos, hay unos y unas que todavía me siguen escribiendo sentidos recaditos fuera de línea, a veces, sólo a veces, les respondo en DMs, es decir por mensajes privados, y los tranquilizo, diciéndoles que pronto regresaré, lo cual es relativamente cierto, porque tampoco es que haya hecho votos de castidad y de pobreza, y que haya decidido meterme a monje cartujo, si tampoco soy tan pendejo para perderme las frivolidades de la vida, y si me dan a escoger, prefiero ser jesuita millonario que un pobre méndigo mendigo de la fe, aunque aquí en el globero pueblo los únicos que la rulean son los brothers maristas, que de esa pléyade magisterial hay mucha tela de donde cortar, pero estoy recabando información de unos ex alumnos de hace cuarenta años que me contaron unas cosas muy interesantes que levantarán ámpula como las tortillas de harina de mi tía Petra, conste que no es nada malo, ni pecaminoso, así que no esperen que los vaya a quemar en leña verde de pirul que no sirve ni pa’arder nomás para hacer llorar, además, ya perdieron la grandeza que algún día tuvieron, no que fueran los grandes profesores, pero la verdad es que por muchísimos años se erigieron como el colegio de la supuesta élite fronteriza, claro que se coló uno que otro naco hijo de nuevos ricos, que de esos nunca faltan, en fin, que les aviso, con legítimo orgullo, asiduos fans, que ya me quité del cibervicio para edificación de mi atormentado espíritu. Oremos.