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jueves, 30 de junio de 2011

Julio César

Yo no soy muy dado a usar latinismos en mis sencillos textos, bueno, supongo que al escribir “de hecho” estoy empleando “factus” con raíz evidentemente latina, como lo son muchas otras palabras que a fuerza del ejercicio cotidiano de la comunicación verbal o escrita, se han colocado en el idioma para imponer su inherente presencia, una de las alocuciones más famosas, es, sin duda, la que se le atribuye a Julio César, en los estertores de la muerte: “Tu quoque, Brute, filii mei!” que quiere decir algo así como: “¡Tú también, Bruto, hijo mío!”, lo que pocos saben, es que esa frase, fue pronunciada por el dictador, luego de que, la cámara de senadores, en una emboscada sangrienta, se le fueron encima para coserlo a puñaladas y quitárselo de encima, ya que este prepotente romano, tal como lo han querido hacer en la actualidad muchos dictadorzuelos tropicales, quería perpetuarse en el poder, sin darle oportunidad a nadie de encaramarse a la poderosa silla, así que, Marco Junio Bruto, a quien junto con Casio, se le atribuye la conspiración para darle mastuerzo a César, que ya para ese momento, luego de haber derrotado a Pompeyo en la madre de todas la batallas y hacerlo huir a Egipto, donde le cortaron la cabeza, era considerado un semi dios, se dice, se rumora y se comenta, que al ser rechazada por su amante de muchos años, la despechada Servilia, fue la instigadora principal del magnicidio de su ex viejo, de eso no hay pruebas, yo nada más digo lo que se ha escrito al respecto, la verdad es que, según lo inscrito en los anales, Bruto estaba interesado en abatir la tiranía de la república romana, lo que sí es un hecho es que después de la brutal muerte de Cayo Julio César, los perpetradores del asesinato, se reunieron en casa de Servilia para el reparto del botín político, pero nadie pudo evitar la guerra civil, que no es otra cosa que la matanza entre hermanos por alcanzar el poder, lo que a mí siempre me ha llamado la atención es que César siendo lo que era, haya decidido adoptar legalmente como hijo a su sobrino nieto Octavio, supongo que hubo un papeleo chapucero, qué casualidad que en su testamento lo hubiera nombrado como heredero universal, se me hace que en ese tiempo ya había notarios públicos que daban fe de lo que no les constaba o nada más otorgaban validez a lo que les convenía a sus personales intereses, naturalmente que, Marco Antonio, uno de los favoritos de César, mustio e hipócrita nada dijo, pero al poco rato de la muerte del tirano, estalló una lucha por el poder entre los dos, bien dice el dicho que en la guerra y en el amor todo se vale, incluso, Marco Antonio, anduvo soltando la intriga de que a Julio César le rechinaba la reversa y que Octavio le hacía favores sexuales a su tío abuelo, o sea que le pedía que se asomara por la ventana para ver quien venía para soplarle secretos en la nuca, pero haiga sido como haiga sido, el hijo putativo legalizado del dictador romano se trepó al trono de Roma, siendo considerado como el primer Emperador conocido por el eufónico nombre de: “Cayo Julio César Augusto” en honor a su papá adoptivo, hay tantas cosas que contar del imperio romano que me da la impresión como que me quedo corto con una columnita de una cuartilla, y todo esto no habría ocurrido, si, Julio César, no hubiera sido arrogante y ciego, como Rosita Alvírez la de Coahuila, que no hizo caso a su mamá que le advirtió: “Rosita esta noche no sales”, a lo que la mula de Rosita le contestó: “mamá no tengo la culpa que a mí me gusten los bailes”, y la leyenda cuenta que Calpurnia Pisonis, la esposa de César, después de haber soñado con un presagio terrible, advirtió a César de que tuviera cuidado, pero César ignoró su advertencia diciendo: “Sólo se debe temer al miedo” y lo demás ya es historia. Ya dije.

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