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sábado, 18 de junio de 2011

Monsi; un año sin ti.

Carlos Monsiváis, el cronista de la gran capital, discípulo de Salvador Novo, otro de los grandes historiadores de la ciudad de los palacios, acaba de cumplir un año de muerto, en su momento, escribí alguna columna para rendirle pleitesía al que, en su época, fue considerado un L’enfant Terrible, este hombre que cumplió con creces su labor de ácido crítico de la clase política mexicana, de la que se burlaba a carcajadas, naturalmente que a los políticos les caía en la punta de las muelas que el cabeza de sobaco rascado egresado de la facultad de Filosofía y Letras de la UNAM se mofara de su estupidez, lo que le acarreó enemistades unánimes, por esa razón, jamás le regalaron ni una pluma Bic, ni le dieron sobrecito, ni vales para gasolina, mucho menos le otorgaron premios, él siempre fue coherente con su manera de pensar y de vivir, todos los intelectuales, o la gran mayoría, se ponen del lado de donde fluye el poder para agarrar dinerito o puestos con buenos sueldos, éste no, éste se dedicó a escribir acerca de la vida que transcurría, vivió modestamente rodeado de gatos, no se confundan, queridos lectores, cuando digo gatos, me refiero a los animales, no a los empleados domésticos, casi en la paranoia, algunos de sus íntimos, han asegurado que los pelillos de los felinos fueron los que le provocaron los problemas pulmonares, de lo que tal vez nadie se ha dado cuenta, es que después de los 72 años, las personas se mueren de cualquier dolorcillo de panza o de una gripa mal cuidada, La Monsi, amén de ejercer la ironía como un modo de comunicarse con los demás, siempre fue muy cercano a la gente, el escritor deambulaba por la gran capital como Pedro por su casa, y se conocía todos los rincones, iba y venía a pie a todos lados, se subía al metro, a los camiones, a los taxis, y la gente lo reconocía como suyo, Monsiváis fue un ser entregado a su labor de observante de la vida, nada escapaba a su mirada radar, recogía las imágenes a través de su constante flujo que luego convertía en relatos divertidos con ese fino estilete de la palabra con el que esculpía sus obras tan bien hechas que cualquiera las podía entender, a mi me divertían y enseñaban sus artículos en “Por mi Madre, Bohemios”, no estaba de acuerdo en todo lo que decía, pero me caía tan bien que todo le perdonaba, incluso, que idolatrara a La Doña, aunque ella siempre le hizo el fuchi, quizás porque no le otorgaba el carisma del nobelado Octavio Paz, que dicho sea de paso, prologó el libro, una especie de álbum de recuerdos, titulado: “Una Raya en el Agua” editado por su hijo Enrique Álvarez Félix, ya todos ellos son recuerdos difuminados por el tiempo, es verdad que La Monsi vivirá en sus obras, pero él, que siempre andaba de pata de perro, que igual se metía a una librería de esas de piojo del centro histórico, que se detenía a comerse unos tacos de suadero en cualquier esquina o se sentaba en la banca de un parque a ver pasar a la gente, en fin, que hace un año se nos adelantó La Monsi, y se le extraña, aunque en estos decesos suele decirse que nos deja un gran legado, la verdad es que, en el caso particular del Maestro, su ausencia física se nota, no lo digo yo, lo dice el escritor mexicano José Emilio Pacheco: “Carlos Monsiváis es el único escritor al que la gente reconoce en la calle”, a lo largo de su vida, Monsiváis se hizo acreedor de numerosos galardones, entre los cuales se encuentran: el Premio Nacional de Periodismo, el Premio Mazatlán, el Premio Xavier Villaurrutia, el Premio Lya Kostakowsky, el Premio Anagrama de Ensayo y el Premio de Literatura Latinoamericana y del Caribe “Juan Rulfo”, pero ya lo he dicho en otras ocasiones, el único premio que sirve y que importa, es que alguien lo lea y a Monsi siempre lo han leído.

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