viernes, 10 de junio de 2011
El espacio que se ocupa
Un hombre es el espacio que ocupa, dicen los japoneses, y es verdad, estos ojos de ficha doblada son más sabios de lo que uno podría siquiera imaginarse, porque ahora que he estado conviviendo con mi primo hermano Poncho, me he dado cuenta de que mi entorno cotidiano había estado limitado a cuatro paredes, por supuesto que me refiero a los muros monumentales de mi señorial residencia que tampoco es poca cosa, por suerte, siempre tengo la estupenda compañía de buenas lecturas, no crean, queridos lectores, que yo leo el libro vaquero o sensacional de chalanes, esos se los dejo a los cultos pueblerinos cocteleros, por cierto, ya que toco el tema, siempre he tenido la duda acerca de que si presumen que son tan leídos y escrebeidos, a qué hora se asoman a las letras si se la pasan de reunión en reunión, supongo que le han de hacer como algunos políticos de alto rango, que tienen un empleado para tales efectos, es decir, les entregan los libros a tan inteligentes personas para que al término del mismo les hagan una síntesis, de esa manera, los encargados de manejar este país tan subdesarrollado, no pierden el tiempo en naderías, lo peor de todo, es que se les nota que nunca han leído a Balzac y que son amorosos de García Márquez, no que el Gabo sea pésimo escritor, pero sus novelitas no hacen crecer las ideas, es verdad que su literatura es notable, pero son solo fantasmagorías de la imaginación, y digan lo que digan, éste y los otros, nadie se le compara, por ejemplo, a Proust, el ineludible, no quiero ser majadero con nuestras máximas glorias latinoamericanas, pero díganme ustedes que demontres tiene qué hacer Cien años de Soledad al lado de En Busca del Tiempo Perdido, ya que ando en eso de los buenos textos, el otro día me encontré a Baudelaire, uno de los poetas malditos, esos que bebían como cosacos y se picaban el ombligo unos a otros, dicen que también se echaban su churrito de marihuana, bueno en realidad era hachís, pero estos no tomaban tequila, ni ron, sino que se empujaban Ajenjo, que dicen, es un elixir que provoca alucinaciones, leyendo sus Flores del Mal, entendí porque le dicen el padre de varias corrientes poéticas, entre líneas también me topé con uno de los más cabrones de esos poetas malditos, de nombre Arthur Rimbaud, que empezó a escribir a los quince y terminó su fugaz carrera a los 20, también es cierto que se encontró con Verlaine, quien lo protegió como si fuera su padre, aunque algunos chismosos historiadores de la época dicen que le arrempujaba el carrito de los camotes, claro que como Rimbaud era un galanazo, hagan de cuenta, como un William Levy de estos tiempos, pues todos esos malditos se lo pasaron a saborear, que además de poetas, eran maricones, no por inclinación natural, sino más bien por curiosidad, haiga sido como haya sido, estos tres, influyeron en la creación artística de varias generaciones, a mí, siempre me ha llamado la atención todo ese desmadre que se traía esta runfla, supongo que se lo pasaron bien, ya que se murieron muy jóvenes, eran pesimistas y muy viciosos, se juntaban en cantinas sórdidas para alucinar con lo que tomaban y crear sus obras, que siguen vigentes hasta la fecha, en fin, que el mundo está al alcance de la mano, a mi me gustaría que en nuestras escuelas públicas, los profesores inculcaran el amor a los libros a los huercos y que les enseñaran a escribir, considero que no hay otra manera de mejorar la raza, hay veces que extraño tanto a los buenos maestros, sobre todo a los de literatura, qué tiempos aquellos, señor don Simón, qué tiempos aquellos.
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