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lunes, 1 de febrero de 2010

Don Sergio Peña

Una tarde, conste que lo digo con toda humildad, bueno, ya saben ustedes, queridos lectores, que tampoco soy demasiado humilde, durante una tertulia, de esas que se quedan inscritas en el corazón, Mauricio González de la Garza me dedicó una melodía al piano, instrumento que ejecutaba con magistral elocuencia, al terminar, volteó para preguntarme: ¿te gustó? yo, que tampoco soy un experto en música, le contesté que si me había gustado mucho y me dijo: “es tuya”, para mis adentros de verdad creí que era una broma, y tal vez vio en mis ojos, de cuya mirada radar nada escapaba, un matiz de sorpresa y pasmo, se puso en pie, caminó hacia mi encuentro para decirme que cada nota la había tocado para mi, que era una pieza única creada para que llevara mi nombre, claro que no me refiero al seudónimo, sino al de pila.
Mauricio era huésped vitalicio en la generosa casa de una ex amiga a la que quiso tanto como luego echó al olvido, y fue en ese contexto en el cual me hizo tan valioso regalo, por tan espléndida joya de recuerdo en la línea sigilosa de lo intangible, tengo que rectificar a quienes de buena fe han dado como compositor de Polvo Enamorado al Maestro Sergio Peña de todos mis respetos, y les informo a todos esos, que la obra está registrada a nombre de Mauricio González de la Garza, los demás podrán decir lo que quieran, pero no teniendo pruebas fehacientes sólo queda en deseos y rumores de apropiarse de una melodía ajena, claro que Sergio y Mauricio fueron amigos, doy fe y testimonio de ese hecho, pero yo también lo fui y no por eso, voy a adueñarme de sus libros, entiendo que eso fue una especie de homenaje para el periodista paisano, porque no se puede aceptar de otra manera, que el formidable pianista haya comentado en sus eventos musicales en su casa de la calle Gutiérrez que él la había compuesto, además, todo lo que emerge de un creador, y si es una canción con mayor razón, le pertenece a quien la oye, es decir es del dominio público, por eso existe ese margen en el tiempo en el que las obras se revisten de categoría, pero conste en actas queridos lectores que de ninguna manera quiero ser majadero con la máxima gloria de nuestra música local, si a Don Sergio le rezo una oración para que esté en el cielo a donde le corresponde por su bonhomía y generosidad sin litorales entre arpegios siderales, cánticos de serafines, ángeles y querubines.
El Maestro Sergio Peña ha abandonado, tal vez, para siempre, este plano pedestre, y quiero mandarles mis sentidas condolencias a sus deudos que son muchos, entre ellos, a sus más cercanos amigos, a sus admiradores, a toda esa gente que le rodeaba para escuchar sus espléndidas ejecuciones, y aunque no era un asiduo, yo también tuve la dicha de estar varias veces como oyente de sus conciertos privados, y en cada ocasión, me sentí privilegiado de disfrutar su música, además de las explicaciones con las que otorgaba luces a sus escuchantes, que nunca fuimos, y ni seremos un “publico conocedor” como decían los maestros de ceremonias de antaño, pero si mis palabras sirvieran de consuelo para los que se han quedado en la orfandad de su talento, les diré que los grandes como el Maestro, no se van del todo, algo de su genio se queda entre nosotros y en los aplausos, que como tributo le rendimos a su enorme capacidad de transmitir emociones arrancando cadencias al sensible telar del piano, Don Sergio se llevó nuestra rendida admiración, pero sobre todo el legítimo orgullo de su pueblo que vio en él a un extraordinario artista que prefirió quedarse entre nosotros, cuando pudo haberse ido por el mundo desparramando su talento. Ahora, descanse en paz, para siempre, en su terruño natal, querido, queridísimo Maestro.

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