No sé si alguna vez les he comentado que tengo una cuenta en Twitter, bueno, pues yo si la uso a diario, y el viernes para amanecer sábado, como a eso de la una de la mañana, saltó el tuit con la información expedita en el sentido de que Chile había sufrido un endemoniado terremoto de 8.9 en su epicentro, naturalmente que los tuiteros merodeadores de mi taimlain (es decir de los mensajes que emito), empezaron a lanzar noticias al respecto, con tal rapidez que de un momento a otro, ya se había saturado de los mínimos detalles del sismo, incluso, con una radiografía topográfica exacta del sitio en el que dio inicio el craquelado de la epidermis del planeta, y fue entonces, cuando di por hecho que estas redes sociales sirven de vehículo para proveer estrechos vínculos entre los pueblos, de esta manera se cumple el sueño bolivariano de hermandad entre los indoamericanos, además, se logra el inusitado prodigio de la empatía en el dolor humano, que sin duda, es la empresa más difícil en los tiempos que corren, ya que desafortunadamente cada vez somos más indolentes ante el que sufre, y no digo, no, que el internet sea la panacea para todos los males, pero ha venido a cumplir una función primordial dentro del marco de la comunicación humana.
La psicosis no existiría si hubiera una buena información en tiempo y en forma, porque a lo que los hombres tenemos miedo, es al vacío de la nada, a la ausencia de palabras que expliquen lo que está ocurriendo, pero si los cabrones que supuestamente velan por nuestro bienestar, niegan tres veces, como Simón Pedro a Jesús, que lo que ven nuestros ojos, en realidad no está pasando, que todo es producto de nuestra desbordada imaginación, entonces se produce una especie de entelequia espiritual, si ellos, que tienen el poder dado en comodato por los verdaderos dueños de todo lo que existe, nos desdicen ante el mundo exterior, quedamos como mitómanos, denunciando fantasías nacidas de seres esquizofrénicos cuyo único destino es el manicomio colectivo de la civilización apedreada.
En el terremoto de Chile, jamás hubo un espejismo informativo, se informó paso a paso, casi desde el instante del génesis del movimiento telúrico, lo más impactante de todo es que fue en tiempo real, sin desfases entre una nota y otra, cada pormenor es una pieza del rompecabezas que encaja perfectamente, no hay ninguna referencia que esté de más, por si fuera poco, cada persona vive la tragedia de una manera diferente, desde su propia perspectiva, pero lo asombroso es que desde su incuestionable pánico, los chilenos narraron sus vicisitudes ante la maldad de la naturaleza, dentro de su pasmo se dieron tiempo de contar lo que habían padecido en unos cuantos segundos, tal vez, los instantes más eternos de toda su existencia, en que las benditas células se rebelaron ante su inminente exterminación: “gracias a Dios todo pasó, ahora a remover los escombros de los restos y reconstruir lo caído” lo han dicho con tal entereza que uno no podía dejar de conmoverse ante la fortaleza de los que perdieron todo, menos la dignidad, pero se alcanzaba a percibir la grandiosidad de su desolación.
Dentro de la gran tragedia de Chile, hubo una voz y una imagen que nunca habré de olvidar; Mónica Rincón, periodista de la Televisión Nacional Chilena, preciosa de los pies a la cabeza, rubia de ojos más grandes que su sorpresa, sentada ante su computadora, con la cámara y los reflectores encima de su persona relataba con aplomo lo que le había sucedido a sus compatriotas, pero mi asombro se convirtió en admiración cuando dentro del Twitter se anunciaba una nueva réplica tan espantosa como la anterior, e imperturbable, la reportera proseguía en su labor informativa, afuera, la tierra se movía de su eje, la gente corría a buscar refugio, en una lección que jamás podré olvidar, la que nunca tembló fue Mónica, un ejemplo íntegro de la verticalidad del periodismo. Mi admiración para ella.
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