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martes, 16 de febrero de 2010

Miércoles de ceniza

Siempre he ido a la iglesia a tomar ceniza, y es que dentro de las tradiciones católicas, ese es uno de los ritos que más me gustan de todos los impuestos por nuestra sacrosanta religión, porque no hay nada más cierto que lo que dice el señor cura cuando te impone el veredicto supremo de polvo eres y en polvo te convertirás, pero cuando era un huerquillo no entendía eso de que estábamos hechos a la imagen y semejanza de Dios, ya más crecidito lo capté, aunque he de confesar, viendo a uno que otro gañan suelto por la vida, que es verdad que todos estamos hechos del mismo barro, pero no es lo mismo jarrón que jarro, ya sé que eso sonó como lo de Fox cuando declaró que los mexicanos desempeñaban trabajos que ni los negros querían hacer, y por favor si alguno de ustedes queridos lectores, se sintió agraviado, como decía mi tía Jacinta que era bien chifletera cuando sabía que sus dichos iban con la intención de agraviar a sus interlocutores: “perdonen si mis palabras los ofenden”.
De niño mi amá me llevaba a la ceniza, y aunque tengo que confesar que iba más a fuerza que de ganas, con el tiempo, la costumbre se convirtió en devoción, mi jefecita chula murió un día aciago de 1999, pero a pesar de su ausencia física, me dejó bien entrenado para que mi alma no se condenara al fuego manso del infierno, ya que ella me aseguraba que Dios había instaurado el ritual para que los seres humanos no nos sintiéramos omnipotentes y cabrones, que de nada servirían nuestros afanes de soberbia cotidiana, si todos éramos míseros mortales, que ni ricos ni poderosos, ni inteligentes ni pendejos, ni bonitos o feos, ni gordos o flacos, serían eternos, que todos teníamos una dosis de vida exacta y que como la canción regional vernácula, nada más nos llevaríamos: “un puño de tierra” y a veces ni eso, no sé si alguna vez les he contado que en la ceremonia de unción de El Papa, le presentan un cráneo para recordarle que con todo y que es considerado infalible dado que es un atributo que corresponde a la dignidad de Sumo Pontífice por la asistencia del Espíritu Santo, es mortal como cualquier hombre de a pie.
El miércoles de ceniza es un asunto demasiado serio, es decir, no se trata de que se tome a pachanga, al contrario, es un día de recogimiento espiritual, en el que se obliga al ayuno y a la abstinencia, tal como el viernes Santo, y para quienes no lo saben, les diré que la ceniza que se impone es el resultado de la quema de las palmas del domingo de ramos del año anterior, o sea no es ni pinturita, ni tinta indeleble del IFE, o como dijo el sonso del diputado Ariel Gómez León, ni una marca con liquid paper para que los de color serio no hagan fila dos veces, francamente no tengo la menor duda de que los católicos verdaderos, esos de rosario en la mano, como yo, y rodilla pelona como mi tía Evangelina, acudirán al templo para recibir la señal y la severa admonición del sacerdote: “conviértete y cree en el Evangelio”, aunque he de confesarles que todavía no elijo la parroquia a la que iré, porque es verdad que soy fiel seguidor de san Juditas, pero me queda bien lejos, así que tengo que escoger entre la Santísima Trinidad y la de Guadalupe, ambas me quedan a tiro de piedra, inclusive hasta me puedo ir a pie, y conste que caminar más de diez pasos seguidos es gran sacrificio para mí que me la vivo en punto de reposo muerto, acostado o sentado la mayor parte del día.
El ritual de polvo eres y en polvo te convertirás, señala el inicio de la cuaresma pascual, así que es obligación de todos los católicos asistir a la imposición de ceniza para que nunca se nos olvide que somos mortales y que estamos de pasadita en este penoso tránsito terrenal, es cierto que unos se van antes y otros después, pero es un hecho irrefutable que nada tenemos más seguro que la muerte. Ya entrado en gastos, les confieso que yo no tengo miedo morirme, pero tampoco ninguna prisa. RIP.

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