En la anterior columna, prometí que les iba a hablar de una penosa historia, respecto a los compadres abusivos de una pareja de esposos, que con la confianza de años de afecto, les prestaron una fuerte cantidad en dólares, lo malo, es que no había papelito firmado de por medio, y perdónenme, queridos lectores, en eso de los dineros, hasta los aboneros que venden vajillas termocrisa, obligan a los deudores a que echen la poderosa para soltarles el artículo que nunca sobrepasa los 200 pesos, ya sé, no necesitan decírmelo, que en este caso en particular no era necesario, primero porque el empresario que prestó la lana, nunca desconfió de sus amigos de toda la vida, además, la solicitud era para una noble causa, y es que, una hija de los pedinches, a la que le dieron con mucha anticipación, el “niño de compromiso”, por obvias razones les urgía casarla, pero como a la niña, por fin le había salido bueno un novio, pues aprovechó lo que todos sabemos, que eso es más viejo que la roña, y se valió de sus encantos para atrapar a la víctima, que era de excelente familia, digo no súper millonarios pero tampoco pobretones, así que para aprovechar la suerte de su hijita, tenían que apurarse para arreglar todo lo necesario, no fuera que el atrapado sin salida, se les escapara por falta de dinero.
No quiero fallar en la exactitud de la cifra, pero hasta donde yo sé, eran 40 mil dólares, unos “daimes”, varios pennys y una que otra peseta, pero dejémoslo en números redondos, digo, para no meternos en vericuetos inútiles, claro que al recibir ese dineral, prometieron con la mano sobre la biblia, eso si, muy cristianos, pero no católicos, sino de esos que entran en trance al grito de un pastor, que les pagarían hasta el último centavo y que estaban muy agradecidos por el favor, naturalmente que para ponerle más melodramatismo a la escena, aseguraron que les faltaría vida para poder retribuirles, bueno, sólo faltó que se echaran a llorar, pero para no hacerles el cuento largo, la boda se hizo por todo lo alto, en el mejor salón de fiestas del pueblo, dieron un banquetazo, buena música, en fin, echaron la casa por la ventana para casar bien a su primorosa nena.
Luego de la elegante recepción, de que todo salió tal como se esperaba, las aguas tomaron su nivel de nuevo, así que, como es lógico, los compadres prestamistas, le dieron una recordadita del dinero, al principio, la que daba la cara era la barbajana de la mujer, que con melosa voz, les prometía que en cuanto salieran de otros compromisos les pagarían sus centavos, pero así pasaron varios meses, y viendo que no pagaban, el señor tomó al toro por los cuernos y le reclamó su actitud al compadre, le explicó qué ese no había sido el trato, ya con tono más amenazador pero sin llegar a ser grosero, le dio un tiempo perentorio para que liquidara la cuenta pendiente, pero el tiempo pasó muy rápido y el día del pago nunca llegó.
Claro que nunca les pagaron y como dijo don Teofilito, ni les pagarán, pero como juego que tiene desquite ni quien se pique, el confiado empresario, delicado de salud como estaba, prefirió dejar todo en manos de Dios, que no se equivoca nunca, y aunque los miles de dólares, ya se perdieron para siempre, a la familia del prestador, le empezó a ir mejor que nunca, así que si por un lado perdieron una importante cantidad, por otro, les empezó a llover en su milpita de la prosperidad y a los otros, no que les fuera muy mal, pero el matrimonio conveniente para su hija, no lo fue tanto, porque ya se sabe que las alianzas económicas de las familias, son de las dos partes, no nada más de un solo lado, claro que el muchacho es bueno, pero no le dieron la dote que esperaban e hicieron malos cálculos de las ganancias que “asegún” recibirían y ahora, por tracaleros, les va muy mal, al grado de que, a veces, ni para comer tienen, eso se llama venganza poética o justicia divina, pero lo que es un hecho es que cada quien recibe su justo castigo. Lero Lero, por cu… Ya dije.
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