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miércoles, 24 de agosto de 2011

Dr. Braulio Peña Pimentel

Acabo de estar de visita en el consultorio del Dr. Braulio Peña Pimentel, hijo del inolvidable Vista Aduanal (+) Don Braulio Peña Garza y doña Georgina (Coco) Pimentel de Peña, a tan eminente oftalmólogo lo conozco desde hace mucho tiempo, tal vez, hace más de cuatro lustros, y aunque Gardel en su tango, dice que 20 años no es nada, yo creo que veinte años son un montón, en ese trayecto del calendario, han ocurrido tantos sucesos; algunos tristes, otros muy alegres, pero que han configurado nuestra personalidad y el carácter, la verdad, es que, como dice Heráclito, nadie se baña dos veces en el mismo río, conste que no soy filosofo, ocurre, que mientras he ido viviendo, he recogido, a la vera del camino, frases, palabras e ideas, que he guardado en mis archivos permanentes, bueno, no quiero darle vueltas al asunto que ahora me ocupa, resulta que, mi sobrino Willie, sufrió una laceración en el ojo izquierdo, okei, ya sé que se leyó muy mamón, quise decir que se le metió una basurita, así que, llegó a la casa de sus abuelos a bordo de su moto, naturalmente que me asusté, como ya se los he comentado en varias ocasiones, un viernes en una hora imprecisa de la tarde, del año 1995, mi hermana Rocío se quejó de un dolorcito raro en el ojo, le recomendé que no lo dejara pasar, que fuera a consultar con Braulio, haciendo caso omiso, encogiéndose de hombros, salió a divertirse a una reunión, al día siguiente, el ojo amaneció purulento y desorbitado, el talentoso oftalmólogo poco pudo hacer, un extraño hongo le había comido la córnea y gran parte de la retina, después, mi pobre carnalita, a quien he considerado mi confidente desde siempre y a la que amo con todas las fuerzas de mi alma, sufrió espeluznantes dolores durante un corrosivo tratamiento impuesto por el médico que, dicho sea de paso, jamás me ha cobrado un solo centavo por sus servicios, y es tan a toda madre, que no conforme con atender gratuitamente a mi numerosa tribu familiar, además, generoso y solidario, les regala los medicamentos, en fin, el relato de mi amistad con Braulio inició con la molestia ocular del hijo de mi hermano Guillermo, total, que nos trepamos al carro de mi hermana Nena y con mi sobrino Fernando al volante nos dirigimos rumbo al consultorio, a pesar, de que, tenemos años de no vernos, nuestra amistad ha permanecido intacta y el afecto, inalterable, luego del saludo, Braulio se puso manos a la obra, le aplicó unas gotas anestésicas y en un segundo le retiró la rebaba, luego, le colocó un parche, yo, de pasadita, le pedí que me regalara unas gotas que necesitaba, pero me obsequió tres frascos de distintas marcas… “para que pruebes a ver cuál te sirve”, siempre lo he dicho, todo mi patrimonio son mis amigos, no tengo mayor caudal, he sido un columnista asalariado toda mi vida, no necesito decirlo, lo saben ustedes, queridos lectores, los escribidores decentes, estamos condenados a vivir en la decorosa medianía, pero, al menos, yo, tranquilo con mi conciencia, en fin, tampoco estoy dándome baños de honestidad, que bien lo dice, la santa mística, nada de lo humano nos es ajeno, aunque hay unos que aseguran que lo dijo Terencio, lo bueno es que ambos ya están en otra dimensión y no pueden pelearse por las regalías de derechos de autor, antes de finalizar esta columna dominical, quiero agradecerle públicamente a Braulio, por su amistad y por su afecto, he de decir, que conocí a su padre el V. A Don Braulio, quien, gracias a su bonhomía, se procuró muchísimos amigos que todavía lo recordamos con nostalgia pero con la alegría de saber que lo conocimos y lo disfrutamos en toda su plenitud de carácter y su grandeza espiritual, mi sobrino Willie ya está bien de su ojo, sigue trepado en su moto, practicando lucha y atendiendo su chamba en una tienda de aparatos electrónicos en el otro lado. He aquí… esta es la historia.

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