martes, 21 de diciembre de 2010
Mi hermano Víctor
Mi hermano Víctor Manuel tuvo la temeridad de participar en el maratón Powerade de Monterrey, Nuevo León, tal vez el nombre no les diga nada, pero si les doy como referencia que fue el que le regaló un riñón a Ana Lilia, se acordarán de ese hecho que no sólo le cambió la vida a mi hermosa hermana, sino también a toda la familia, ya que, cuando enfermó gravemente, todos nos sentíamos desolados, esperando, eso sí, un milagro, que llegó en el momento justo para devolvernos la tranquilidad, la paz y el sosiego a nuestras almas en pena, ustedes saben que no suelo ser cursi, ni llorón, me cae gordo andar de meloso, odio los melodramas, no soy como esos que lanzan serpentinas llenas de palabras con mocos, claro que soy sensible, incluso, puedo enternecerme ante una puesta de sol o con la sonrisa cristalina de un niño, pero cada vez que recuerdo los dolorosos días que pasó mi hermana Ana se me arruga el corazón, aunque he de ser franco y explicar que siempre me asombró el hecho de que nunca desfalleció en su intento por seguir en esta sintonía terrenal, su fortaleza fue la que nos dio ánimos para esperar pacientemente el trasplante, claro que ella es la protagonista de esta odisea, pero mi hermano Víctor se convirtió de un ser humano cualquiera, a un hombre de excepción, es un verdadero héroe, así sin más ni más, dice el Talmud, que quien salva una vida, salva al mundo, pues en este caso, nos salvó a todos, porque Ana es el centro medular de nuestra numerosa prole, ella que es la más joven de la familia, ha cargado con más peso sobre sus hombros que cualquier persona que conozco, fue una estupenda hija que se hizo cargo del cuidado de mamá hasta el último día de su vida y nunca profirió una queja por tan pesado trabajo, ya que no sólo era su enfermera de cabecera, sino que se erigió como su ángel de la guarda, no tengo ninguna duda de que por su bondad sin litorales y su grandeza de alma, Dios le regaló su salud completa, se ve tan bien, como si nunca hubiera estado en el umbral de la muerte, esta navidad será la mejor de muchos años, porque el año pasado, fue muy desgastante, siempre estábamos en la agónica espera de que cualquier instante podría ser el último, pero les comentaba que mi hermano Víctor se fue a Monterrey a correr el maratón, para demostrar que está en perfecto estado de salud y me explicó que quería que lo escribiera en esta columna, para que ustedes, queridos lectores, se dieran cuenta de que salvar una vida, es algo muy sencillo, es decir, su extralimitada bondad es tan generosa que desea hacer de su vida un ejemplo de que se puede vivir plenamente sin un riñón, tanto así, que terminó la carrera, claro que a medio motor, sin esforzarse por ganar, lo que quería era llegar a la meta y lo logró, se trajo su camiseta y una medalla, no subió al podio de los triunfadores, pero secretamente estaba convencido de que luego de decenas de exámenes, de idas continuas a la clínica 25 de la sultana, los fatigosos viajes y los dolorosos tratamientos médicos han merecido la pena, y es que con la sonrisa deslumbrante de Ana, de verla llena de esperanzas, de alegría, de que por fin se libró de las diálisis que la mantenían atada a una absurda máquina, eso es el mejor premio que, un hombre como Víctor nuestro héroe particular, podría recibir durante los días que le restan de vida, a veces, me asombra que su amor sea tan grande como escasa es su visión, le prometí que le regalaré su operación de ojos para que se quite esos lentes de fondo de botella, ya sé que con nada le podríamos pagar ese regalo para Ana, pero de alguna manera hay que devolverle con cariño su proeza, aunque, sin duda, que la vida de nuestra hermana, es el mejor obsequio de éste y todos los años que nos sobrevendrán. Gracias Víctor, Dios te bendiga siempre.
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