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miércoles, 20 de abril de 2011

La santa mística

Estos días santos, son tan señalados para los católicos, que como yo, les duele en el alma, percibir el gran sufrimiento de nuestro Señor, ya que, precisamente un día como hoy, hace muchos años, murió crucificado para que se cumpliera su destino, así que dándole vueltas al asunto del tema de la columna de este viernes de pasión, decidí que no quedaría nada mejor que compartir con ustedes, asiduos fans, un poema de Santa Teresa de Ávila, pero antes de transcribirlo, les hago el atento aviso de que esta no es santa Teresita del niño Jesús, aunque ambas son importantísimas para la vida espiritual de millones de personas, solamente que la santa mística es uno de los pilares del catolicismo y una de las mentes más brillantes en la historia de la humanidad, ya sé, que algunos de ustedes que son descreídos de las cosas de Dios, han de estar pensando que soy un viejillo mocho que me la paso rezando día y noche, digo, tampoco es para tanto, ni que fuera hijo de una de esas viejas popofonas de las Damas de la Rodilla Ensangrentada o del Ropero de santa Clara, que muy católicas y santas, pero tratan mal a la muchacha que les ayuda en su casa.
Teresa de Ahumada, nacida en Ávila, dejó el siguiente relato sobre el fenómeno de la transverberación: "Vi a mi lado a un ángel que se hallaba a mi izquierda, en forma humana. Confieso que no estoy acostumbrada a ver tales cosas, excepto en muy raras ocasiones. El ángel era de corta estatura y muy hermoso; su rostro estaba encendido como si fuese uno de los ángeles más altos que son todo fuego. Debía ser uno de los que llamamos querubines. Llevaba en la mano una larga espada de oro, cuya punta parecía un ascua encendida. Me parecía que por momentos hundía la espada en mi corazón y me traspasaba las entrañas y, cuando sacaba la espada, me parecía que las entrañas se me escapaban con ella y me sentía arder en el más grande amor de Dios. El dolor era tan intenso, que me hacía gemir, pero al mismo tiempo, la dulcedumbre de aquella pena excesiva era tan extraordinaria, que no hubiese yo querido verme libre de ella.
El anhelo de Teresa de morir pronto para unirse con Dios, estaba templado por el deseo que la inflamaba de sufrir por su amor. A este propósito escribió: "La única razón que encuentro para vivir, es sufrir y eso es lo único que pido para mí". Según reveló la autopsia en el cadáver de la santa, había en su corazón la cicatriz de una herida larga y profunda.
El año siguiente (1560), para corresponder a esa gracia, la santa hizo el voto de hacer siempre lo que le pareciese más perfecto y agradable a Dios. Un voto de esa naturaleza está tan por encima de las fuerzas naturales, que sólo el esforzarse por cumplirlo puede justificarlo. Santa Teresa cumplió perfectamente su voto.
Enseguida, la transcripción del poema que les había prometido desde el principio de esta columna especial de Viernes Santo, para mañana sábado de Gloria, les tengo reservada una sorpresa. Estén pendientes, queridos lectores. Felices vacaciones.
Vuestra soy, para Vos nací, ¿qué mandáis hacer de mí? Soberana Majestad, eterna sabiduría, bondad buena al alma mía; Dios alteza, un ser, bondad, la gran vileza mirad que hoy os canta amor así: ¿qué mandáis hacer de mí?
Vuestra soy, pues me criasteis, vuestra, pues me redimisteis, vuestra, pues que me sufristeis, vuestra pues que me llamasteis, vuestra porque me esperasteis, vuestra, pues no me perdí: ¿qué mandáis hacer de mí?
¿Qué mandáis, pues, buen Señor, que haga tan vil criado? ¿Cuál oficio le habéis dado a este esclavo pecador? Veisme aquí, mi dulce Amor, amor dulce, veisme aquí: ¿qué mandáis hacer de mí?
Veis aquí mi corazón, yo le pongo en vuestra palma, mi cuerpo, mi

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