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lunes, 25 de abril de 2011

El Infierno

Estos días de apacible ociosidad de la semana mayor del catolicismo, me sirvieron para comer como desesperado de todos los platillos suculentos que se sirven en la mesa de mi sacrosanto hogar, y es que, gracias al legado gastronómico de mi amá, en el seno familiar se siguen preparando todos los guisos a los que nuestra matriarca nos acostumbró desde que éramos unos huerquillos, supongo que también ustedes, queridos lectores, hicieron lo propio, conste que no enumeraré cada plato que comí, que no por dárselos de antojo, todos son exquisitos manjares, y en cada uno de los cuales, sigue viva la tierna presencia de la Generala que dio sustento a esta tribu norteña, que la sigue recordando cada día que transcurre, a pesar de que, abandonó esta sintonía terrenal desde hace muchísimo años, en fin, no me quiero poner nostálgico, pero conste que estas vacaciones no fueron de pura comedera, sino que también aproveché para echarme uno que otro libro que tenía pendiente, y es que, gracias a Dios, ya dejé la adición a Twitter, y no porque haya hecho algún daño a mi templanza espiritual, sino que me percaté, de que me quitaba mucho tiempo, claro que, el año completo en el que estuve en la red social de moda, lo disfruté bastante, al grado de que pude hacer buenos amigos, y en el que acumulé varios miles de seguidores a mi cuenta, sólo que, decidí, desatarme a tiempo, como dice el genial poeta mexicano Renato Leduc, de mi perniciosa adicción de internauta, lo que ocurre, es que ya le dedicaba más tiempo a mi vida virtual que a la vida real, y tampoco es muy saludable vivir en el limbo, pues en esos espacios libres, además de asomarme a los buenos autores, me permití el disfrute de ver varias películas, una de ellas, es una que ya le tenía ganas desde principios de año, estelarizada por Damián Alcázar que le dio el toque exacto a su personaje, al de un ranchero norteño, sin estereotiparlo demasiado, ya que el acento no es tan marcado como el que siempre le imponen algunos directores a otros personajes con la oriundez de esta demarcación territorial, El Infierno es una película mexicana que narra las peripecias de Benjamín García, un mexicano que luego de ir en busca del sueño americano regresa a su pueblo tierrero con una mano adelante y otra, atrás, naturalmente que después de veinte años de estar en el gabacho, al protagonista de la historia ya no lo reconoce ni su mamá, a la que El Benny, le dice: “amá soy yo, ya no me reconoce, soy Benjamín” y la viejita mondada, a manera de bienvenida, le contesta: “hijo de la chingada” y agrega “ni una postal, ni una carta, ni un pinche dólar me mandaste”, como toda abnegada madre, le sirve varios platos de comida, en eso, a Benjamín se le ocurre preguntarle por su hermanito, la señora entre gimoteos y suspiros, le dice que si le hubiera cumplido su promesa de regresar por él, no lo hubieran matado y a partir de esa noticia, se desencadena el argumento de la magnífica cinta de Luis Estrada, que retrata fielmente la realidad que estamos padeciendo todos los mexicanos, una de la frases más descarnadas, que me movió a la reflexión, es una que le dice el Cochiloco, su amigo de la infancia, cuando el Benny le pregunta si no tiene miedo de irse al infierno por andar matando gente, y éste, le responde: “el infierno es este, o qué ya no te acuerdas las hambres y pobrezas que pasamos desde niños”, El Infierno es una buena producción cinematográfica, sobre todo porque en un tono de comedia negra, desglosa de manera magistral cada punto en el que se desplaza la vida narca de nuestra comarca, seguramente, ustedes, queridos lectores, también descubrirán personas reales entre los personajes que se desarrollan en este filme hecho a la mexicana con más ingenio que recursos técnicos y humanos, pero vale la pena que se sienten a disfrutarla, cuando lo hagan, me avisan que les pareció, les aviso que en el transcurso de la semana les comentaré otra película cuyo contenido es una parodia de una cinta gringa… “Salvando al Soldado Pérez”.

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