Xavier Villaurrutia, no es el nombre de una calle ni de un concurso de literatura, de hecho, a quienes les he preguntado, si acaso saben quién es el susodicho, lo primero que me responden, es: “me suena, me suena”, por supuesto que el apelativo les brinca en la memoria, y es que, sin duda, dicho personaje, es una de las máximas glorias de nuestras letras mexicanas, tampoco quiero convertir esta columna en un glosario cultural, si yo no tengo nada de culto, apenas un barnicito de dos capas delgadas de libros, otro tanto de viajes interesantes, tal vez lo que me ha ayudado, es que me he sabido codear con las personas adecuadas en el momento preciso, de ellas, he aprehendido y aprendido lo poco que cito en mis sencillos artículos.
Villaurrutia nació a principio del siglo veinte en la otrora región más transparente del aire, es decir, en la ciudad de México, desde muy chico, fue proclive a las buenas lecturas, andando el tiempo, se hizo amigo del genial joto Salvador Novo, así que, siendo lo que eran, pues Dios lo crió y ellos se juntaron, claro que a Novo –a quien, en secreto, le decían, con picardía, Nalgador Sobo— nunca le importó presumir de sus inclinaciones sexuales, si bien dice el dicho, lo que se ve no se juzga, solamente que Xavier, criado en otro ámbito, con una familia de buenos principios, pues actuaba con mayor recato, decencia y pudor, guardando las reglas de urbanidad, aunque, eso sí, jamás hizo lo que el pintor Manuel Rodríguez Lozano, íntimo amigo de él, que por guardar las apariencias se casó con la hermosa Carmen Mondragón que se prendó del cadete, apenas lo vio, y esta señorita, no es otra que la mítica Nahui Olin, claro que como el artista meneadito no le cumplía ni el obligado semanal, pues la guapa artista terminó separándose de él, para luego tener uno y otro amante, ristra que empezó con el pintor Dr. Atl.
Xavier Villaurrutia, es dueño de una de las obras poéticas más deslumbrantes en nuestro idioma, claro que también incursionó en otras áreas de la literatura, pero en sus poesías, alcanza registros impresionantes, en las que denota, una clara bipolaridad, se debate entre la tristeza, la melancolía, la pesadumbre y el abandono; fueron esas vicisitudes del ser, las que le dieron origen a su peculiar estilo, en el siguiente poema, que transcribo íntegro, uno puede recrear las imágenes de ambigüedades oscuras que el artista nos presenta en: “Amor condusse noi ad una morte”.
Amar es una angustia, una pregunta, una suspensa y luminosa duda; es un querer saber todo lo tuyo y a la vez un temor de al fin saberlo. Amar es reconstruir, cuando te alejas, tus pasos, tus silencios, tus palabras, y pretender seguir tu pensamiento cuando a mi lado, al fin inmóvil, callas.
Amar es una cólera secreta, una helada y diabólica soberbia. Amar es no dormir cuando en mi lecho sueñas entre mis brazos que te ciñen, y odiar el sueño en que, bajo tu frente, acaso en otros brazos te abandonas.
Amar es escuchar sobre tu pecho, hasta colmar la oreja codiciosa, el rumor de tu sangre y la marea de tu respiración acompasada. Amar es absorber tu joven savia y juntar nuestras bocas en un cauce hasta que de la brisa de tu aliento se impregnen para siempre mis entrañas.
Amar es una envidia verde y muda, una sutil y lúcida avaricia. Amar es provocar el dulce instante en que tu piel busca mi piel despierta; saciar a un tiempo la avidez nocturna y morir otra vez la misma muerte provisional, desgarradora, oscura.
Amar es una sed, la de la llaga que arde sin consumirse ni cerrarse, y el hambre de una boca atormentada que pide más y más y no se sacia. Amar es una insólita lujuria y una gula voraz, siempre desierta.
Pero amar es también cerrar los ojos, dejar que el sueño invada nuestro cuerpo como un río de olvido y de tinieblas, y navegar sin rumbo, a la deriva: porque amar es, al fin, una indolencia.
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