No quiero sonar a columnista lambiscón, pero siempre me ha llamado la atención, que luego de tantos años, mi Guillotina siga teniendo tantos adeptos en el globero pueblo, pero lo más extraño no es eso, sino que mi blog, trepado a la súper carretera mundial de la información, se haya sostenido con éxito ante la mirada asombrada de blogueros de todas partes del planeta, no voy a decir, que soy uno de los más leídos porque faltaría a la verdad, pero es cierto que me llegan saludos igual de Argentina, Brasil, España, Colombia o Venezuela, sobre todo, preguntándome acerca de las palabras que no entienden, les he tratado de explicar que el norteñol es un lenguaje híbrido entre el español y el inglés mal traducido y peor aplicado a la hora de comunicarnos entre los nativos de nuestro solar fronterizo.
Lo más sorprendente es que, a pesar de que no tendrían porque asomarse a mi blog, ya que los temas que trato, son tan costumbristas, que no sólo no les afectan, sino que ni siquiera les son familiares, les provoquen esa curiosidad morbosa, entiendo que, de alguna manera, mi estilo les parezca extravagante, algunos de ellos, si me han comentado que hay párrafos completos que no comprenden del todo, y que mis parientes, son muy divertidos, además, quieren indagar respecto a sus vidas, pero les he pedido con todo comedimiento, no inquirirme demasiado del tema de mi singular parentela, porque los integrantes de mi tribu familiar, son muy celosos de su intimidad, las anécdotas que relato en la columna, son solamente chispazos de humorismo involuntario, a los que trato de imprimirles el ritmo adecuado con mis escasas herramientas del idioma.
El norteñol es una jerigonza de rancheros que a fuerza de ser repetida por tantas generaciones, se ha quedado como una especie de lengua subyacente del español, así que “huerco” para nadie de otra región tiene un significado real, sin embargo para nosotros, quiere decir niño, pero no solamente es en el caso de las palabras, también en algunos modos de referirse a determinadas circunstancias, por ejemplo, cuando yo era chico, las vecinas del barrio, se referían a mí, como si con el hecho de declarar a grito pelado: “estás cagado a tu papá” fuera lo mismo que decir: “eres muy parecido físicamente a tu progenitor”, claro que, en otras bocas podría sonar a insulto, pero viviendo en Nuevo Laredo, el mensaje connotativo es muy cariñoso, o sea que, por mis puros rasgos, reconocían mi denominación de origen, por tanto, el trato además de afectuoso era de absoluta confianza dada mi cuna.
Otro de los usos y costumbres, que me parece digno de un capítulo de una novela de García Márquez, es el hecho de que en lugar de decir papá o mamá, se suprima la primera consonante, no lo sé de cierto, pero supongo que es el modo perfecto para que si estamos en la búsqueda poder gritar a todo pulmón a nuestros sacrosantos dadores de vida, yo, hasta la fecha, le sigo diciendo así a mi apá, a veces, como huerco chiflado me refiero a él como “papi”, no tienen porque decírmelo, suena a eso que se están imaginando, pero antes de que se rían, les diré que me vale madre lo que piensen, no a ustedes, asiduos fans, sino a esos que sintiéndose muy carrillosos le echan la aburridora a cualquiera que se les atraviese en el camino.
El norteñol y sus costumbres tribales, son de puro corazón, díganme ustedes, queridos lectores, si acaso no tengo razón al decirlo, un día, estando muy enferma mi güelita, que teniendo casi cien años sobre sus hombros, con sus ojitos azules llenos de luz pero carentes de visión, le acerqué mi cara a sus manitas y al pasar su radar espiritual, me dice llena de contento: “eres Fernando el mío”, ese pronombre posesivo de la primera persona, es muy de aquí, muy del alma, muy del reconocimiento de la gente que te ama. Ya dije.
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