Ya no hay mujer fea, al menos no en las imágenes digitales, para eso existe el fotochop y tengo que ser muy franco, queridos lectores, al confiarles que yo di en creer que nadie nunca en esta repapalotera vida, podría superar las fotos coloreadas con gisesitos del famoso Estudio Ibarra, lo único malo de esos retratos, es que le exageraban al rubor, en casa de mi tía Chencha todavía existe un cuadro de su finado esposo Laureano en el que se le ven sus bigototes bien negros, con cejas tupidas como de mono de ventrílocuo, pero con los cachetes tan colorados como el payaso Bolita, naturalmente que no me estoy burlando, si esas imágenes antiguas, las tengo grabadas en mis desgastadas retinas, forever enever in mai laif.
Para los primerizos en estos aditamentos electrónicos, les diré que el programa Fotochop, se refiere a una serie de herramientas con las cuales el interesado en realizar cambios asombrosos en su natural fisonomía, puede hacerse cualquier corrección que se le hinchen las ganas, desde dejarse la naricita respingona, los dientes blancos como la leche, los pómulos altos, el mentón desvanecido en un perfecto óvalo, quitarse las arrugas, las estrías, la celulitis, los gorditos indeseables, levantarse las chichis, las nalgas y hasta agrandarse lo que se desee con un solo click y varios repasones de las ciber brochas.
Yo, jamás he usado el fotochop, ni siquiera cuando aumenté 15 kilos, y eso que, en 2008, mi entonces director editorial, me pidió que me hiciera una foto para publicar en mi columna, a pesar de que, se daba perfecta cuenta, de que yo no era yo, sino una especie de masacote sin forma alguna, tenía más grandes los cachetes que la chompa, la papada no era una papada, sino una protuberancia enorme que me tapaba el pescuello, parecía yo mismo pero asomándome por una alcantarilla, no digo, no, que soy un pela’o guapo, pero tampoco estoy tan dado al catre, lo que ocurrió, es que la inactividad física, la compulsión por las tortillas de harina, las costillitas sebosas y los frijolitos refritos apestosos a chorizo, me adobaron como marrano, claro que me dio tentación de que mi amiga Amabely Vázquez me diera unos brochazos electrónicos, lo que si he hecho, por ejemplo, en Twitter, en MSN o en Feisbuk, es subir la misma foto en la que no me veo tan feo como soy, lo que sí es un hecho real, es que muchas personas, tal vez, en la misma proporción de géneros, es decir, hombres y mujeres por igual, se dan su fotochopeada para lucir como estrellas del espectáculo, hay unos a los que conociéndolos en persona, en sus respectivos avatares no los reconozco ni en la mirada, porque hasta le dan más brillo, los que si se la bañan, son los artistas, porque se ven espectaculares, sobre todo en las fotos en las que aparecen en pelotas, ya que, las pompitas, bueno, en realidad, las nalgotas, se les ven lisitas, como de piel de durazno, y yo, que he visto a algunas de ellas en tanga, cuando me daba por viajar cada fin de semana a Acapulco, les puedo asegurar, asiduos fans, que las luminarias no son como las pintan, claro que no voy a entrar en detalles, que tampoco me dedico a balconear teiboleras de poca monta, no es esa mi chamba primordial en esta columna, lo que si hay que darles como mayor mérito, es que venden una ilusión a sus admiradores que se suman por millones, a esos, les llegarán las fotos impresas en las revistas bien corregidas para seguir sosteniendo la mentira de una industria que cada día crece más, gracias a que unos engañan y otros se dejan engañar en aras de alimentar las ansias de seguir soñando en la hermosura efímera que nunca podrán poseer. Ya dije.
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