El Juli triunfó en la Plaza México con una faena de antología en la que le propinó a Guapetón seis muletazos por todo lo alto sin moverse de su sitio, casi parecía estar atornillado a la arena, y no por echarle tierra a los miedosos toreros mexicanos, que bailotean alrededor del toro, pero nunca se ponen en suerte para que la lucha con el animal sea más o menos pareja, y es que, el verdadero arte del toreo, no es dar los mejores pases, esos de filigrana que se corean desde los tendidos por aficionados y villamelones, sino la conjunción de valor, arte y, ante todo, que los espectadores perciban que el Matador se está jugando la vida, porque entonces, hasta los panzones de los empresarios como el tal Herrerías que me cae en la punta de las muelas, serían toreros, además, que me perdonen si mis palabras los ofenden, pero estos toros de Xajay eran más mansos que yerno mandilón, y todavía dice el pendejo del Joven Murrieta, el que era “Primer Espada” de Jacobo Zabludovsky, que los toreros españoles tienen que entender que los toros mexicanos embisten de manera distinta que los ibéricos, o sea, si hasta yo que soy neófito en el tema, me doy cuenta de que estos son perros grandotes con cuernos de fantasía, es verdad, si tampoco quiero ser tan cabrón con mi crítica, que como quiera los diestros corren peligro, pero también es cierto que uno se juega la vida cruzando la calle sin fijarse por dónde camina.
Yo he estado muchas veces en la plaza México, y siempre me ha llamado la atención que los aficionados se expresen de tan fea manera de los ganaderos y los toreros, porque dicen que ambas partes están de acuerdo, que no buscan otras cruzas de toros bravos, para que los animales ofrezcan el menor peligro posible y no hay que ser muy ducho en el asunto, para entrar en suspicacias, ya que si, los artistas del trajecito pegado al cuerpo, de verdad quisieran exponer el pellejo, exigirían a los empresarios que les pusieran reses chingonas, y no esos que, muy apenas pueden con su alma. En España, por ejemplo, hay ganaderías serias, que no se andan por las ramas y producen bureles con todas las de la ley, de tan bravos, los toros de Victorino, echan espuma verde por los belfos, no como los nacidos en México, que de tan mansos son mensos, salen al ruedo con ganas de pasearse un rato pero luchan por escaparse a los toriles lo más pronto posible.
Los toros de la corrida dominical, casi ni embestían, se quedaban parados como si les faltara gasolina, y los que si les daban juego a los Matadores, se lanzaban al engaño de la muleta con tanta pereza que otorgaban la impresión de que se iban a echar en la arena para dormir la siesta vespertina, lo peor no fue eso, sino que algunos montoneros, tal vez pagados por la empresa de la plaza México, que se llevaron en andas al Juli y a Zotoluco, se les ocurrió, de pasadita, echarse al lomo al ganadero, que según él estaba emocionado, un tal Sordo Madaleno, un viejito pelón amanerado que se oponía a que le dieran su levantón, en fin, que como quiera que sea El Juli terminó por convencer al cónclave taurófilo en la plaza más grande del mundo, y se llevó las orejas, el rabo y yo le hubiera dado el toro completo, nada más que a las reses las venden en el rastro a una buena cantidad, ya que, aunque algunos ecologistas defensores de los animales digan que son maltratados, la realidad es que durante los cinco años de vida, se la pasan como si fueran becerros de oro, con la mejor comida, las mejores vacas, en haciendas arboladas y llenos de mimos, pero de todo hay en la viña del Señor, y ojalá que si la fiesta pervive en México, que sea con toros machos y no esos toritos jotos, que pesan más de media tonelada de pura carne sin coraje para luchar por su vida con un cabrón que tiene todas las de ganar. Ya dije.
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