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martes, 2 de noviembre de 2010

El panteón

Que me perdonen los defensores a ultranza de nuestras mexicanas costumbres por lo que comenté en una anterior columna, pero es verdad, si no me creen los promotores de los altares de muertos y esas chimistretas, pregúntenles a los viejitos de más de 50 años, nativos de este solar fronterizo, si acaso, alguna vez, ellos vieron en sus casas unos de esos cursilones y chabacanos entrepaños adornados con papel picado, conste que soy muy respetuoso de las ajenas costumbres, ya que con el éxodo de veracruzanos, michoacanos y potosinos que se han afincado en Laredo, seguramente ellos si lo han de hacer según su nacencia, así que, como decía mi tía Chepa, perdonen si mis palabras los ofenden, pero en el globlero pueblo lo que siempre se ha visto, es eso de hacer fiesta en los panteones, a mí, particularmente, me encanta andar entre las tumbas para leer los epitafios y me asomo para conocer los nombres de los difuntitos, claro que me dan harta pena las tumbas abandonadas, a veces me dan ganas de dejarles las manos de león y los cempasuchitls que le llevo a mi amá, pero luego me acuerdo que es bien celosa y me abstengo de semejante idea, no vaya a ser que en la noche se me presente en calidad de ectoplasma a jalarme las patas.
Esta columna la estoy redactando durante la víspera del día de muertos, pero ya quiero que amanezca para irme al panteón municipal antiguo, porque mi primo Nolo Alonso, cómo gran artista del pincel que es, se dio a la tarea de restaurar el Cristo Rey que vigila el sepulcro familiar, que tampoco se crean ustedes que es una cripta de gran tamaño, nada de eso, es una tumba sencillita, a la que, cuando murió mi santa madrecita, le pusimos sus lápidas cuatas, dice mi pariente pintor que Nuestro Señor quedó más bonito que Ricky Martin, claro que lo expresó con sumo respeto a nuestra devoción católica, lo que quiso poner de manifiesto fue que realizó una gran obra de arte, mi hermana Ana Lilia y su esposo Elías ya fueron a ver como quedó y regresaron muy complacidos con el resultado final.
A mí me gusta la romería que se hace afuera del panteón, porque venden de todo, ya sé que es inapropiado comer en esos insalubres changarros, pero ni modo que me prive de esas delicias gastronómicas espolvoreadas con tierra de camposanto, así que nada más me persignaré con toda anticipación para no caer fulminado por la jauría de virus y bacterias que pululan por esas sabrosas garnachas pantioneras, lo que más disfruto son los buñuelos, porque en vida de mi madre ella nos hacía unos muy ricos, que extendía a pura rodilla que bañaba con una salsita de piloncillo a la que le echaba tejocotes, pero esos tiempos ya nunca volverán, así que me conformo con esos que venden, ojalá que esté doña Poncianita, aunque con la edad que debe tener, de seguro ya está del otro lado de la barda, pero es que esos buñuelos que ella hace son una verdadera poesía, además, no cualquiera puede hacerlos delgaditos como a mí me gustan, hay unas monjas que los hacen aquí, pero están muy gruesos, van a decir que yo nada más voy al cementerio para ir a tragar, pero les juro que si le rezo a los fieles difuntos, esa fue una herencia que me dejó mi mamá, que siempre pidiera por las almas que no reciben ni un rezo, que son las más necesitadas de la misericordia del Señor, y realmente a eso voy el dos de noviembre, ya que desde que mi jefecita se fue al cielo a gozar de la presencia de Dios, le rezo todos los días para que sepa que no la he olvidado y que nunca, aunque la maldita vida me empuje, la olvidaré mientras respire en este plano terrenal. Mañana les platicaré de cómo me fue en mi visita al panteón, espero verlos por allá, y no precisamente empujando margaritas, sino por entre los correderos que antes eran más amplios, pero alguien vendió parcelas, hay que averiguar quién se quedó con ese negocio, de seguro no fue un muerto, sino un vivo muy vivo. P.D: Aquí yace en poca tierra el que toda la tenía. Epitafio de César Borgia.

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