lunes, 14 de diciembre de 2009
Primeras Damas
Que me perdonen los defensores a ultranza del chabacano título, ya que ni siquiera existe el puesto como tal, es decir, no hay, en nuestra constitución, un apartado especial, en el cual se indique, que a la hora de rendir protesta, el gobernante en turno, también, como si fuera inherente a su cargo, su esposa, será ungida con el ampuloso, y por demás inútil, puesto de Primera Dama.
No digo, no, que se queden en sus casas guisando huevito con chorizo y amasando tortillas de harina, si para eso son las sirvientas, pero por Dios y su santísima madre, que alguna alma piadosa les indique lo que unas buenas mujercitas deben hacer para beneficio de sus carismáticos maridos dedicados en cuerpo, alma y chicharrón al bienestar de su pueblo, porque eso de adjudicarse tareas tan nobles como el cuidado de los niños, de los abuelitos, de los locos, de los hambrientos, de los desposeídos, de las cancerosas y de casi todas las causas pías, es demasiado pretencioso, por no decir otra palabra que ofenda a tan distinguidas damas.
No sería desdoro para tan guapas señoras, que les dijeran a sus respectivos maridos: “viejo, no me metas en tus p2, pon a la gorda esa que anda de política funcionaria para este puesto del DIF, a mi déjame en la jugada con mis amigotas o en casa de mi amá”, y la verdad es que ese es el lugar que les corresponde, porque no hay necesidad de obligarlas a levantarse temprano para llegar a una oficina que funciona perfectamente sin su presencia, lo peor es que a fuerza de interpretar los papeles de esposas de alcaldes, gobernadores o presidentes de la república, llegan a creerse el cuento de que son merecedoras de homenajes a su alta investidura, tal vez, por esa razón, los grandes pensadores, los genios escritores, los deslumbrantes inventores, nunca se casan, lo más que llegan a tener, son amantes para que les hagan piojito, prefieren una secretaria de tiempo completo y una querida de entrada por salida.
Las mujeres de los hombres poderosos, así sea de un pueblito pedorro o de una gran urbe, se sienten acreedoras de un premio a su capacidad de aguantar a sus maridos con tantas giras de trabajo proselitista, de su encomiable tarea de acompañarlos como accesorios elegantes a las cenas, cocteles y todo tipo de eventos sociales, pero terminado lo que se señala como “cumplir con los cánones de la buena convivencia”, las elegantes esposas se regresan a sus casas, y los señores, se quedan en “sus mesas de trabajo” tratando de encontrarle la cuadratura al círculo, mientras mandan traer unas “frutitas” que les alegren la noche, para esa hora, ya solamente quedan los de su equipo cercano y alguno que otro empleado lambiscón que recoge las migajas de los platos y va por los hielos y las aguas minerales.
Lo malo es que esto de la Primera Dama data de tiempos de la prehistoria y es muy difícil erradicarlo de nuestros crucigramas políticos, porque al menos, han de pensar estos gobernantes nuestros, así están ocupadas en algo y no andan enchinchándolos con sus cantaletas de siempre, pero no sería mejor para todos, y me refiero a la jauría nómada ciudadana que requiere de atenciones especializadas, que quienes se dedicaran a resolver los nudos giordanos sociales fueran los adecuados para ese fin.
Ya que estas primeras damas jamás se contentarán con quedarse en su casa pastoreando huercos, por lo menos les sugiero que no anden en todos lados con cara de Madre Teresa de Calcuta posando para las cámaras con sonrisa de diente frío, y es que algunos políticos, deberían de pensarlo dos veces antes de trepar a sus viejas a la tarima de su gobierno, porque si bien es cierto que hay mujeres bien preparadas con títulos profesionales, otras, no cursaron ni la secundaria completa, y no saben ni la O por lo redondo, mucho menos, de los temas fundamentales que atañen al país.
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