miércoles, 9 de diciembre de 2009
Periodismo
Siempre he considerado que el periodismo vertical contribuye a la paz y al bienestar social, lo que ha ocurrido, sobre todo en los años recientes, es que, algunos fementidos funcionarios le ponen precio a las plumas que se dejan comprar, lo que realmente es una infamia, porque teniendo a su alcance las arcas del erario público y, con ello la posibilidad de hacer más con menos para abatir la condición misérrima de los ciudadanos, distraen, unos valiosos centavos para embarrar las codiciosas manos a los que, en lo fundamental de su labor informativa, deberían de ser los encargados de denunciar, de señalar, de normar, de guiar y, en su estatura moral, erigirse como intermediarios, entre ambas partes.
La ética periodística debe prevalecer en todo momento, además, de qué demonios le sirve a un servidor público, el hecho falaz, de leer ditirambos de sus correligionarios, a los que se les conoce como quintacolumnistas, ni modo, que siendo ellos quienes reparten las pedradas dependiendo del sapo, se engañen, al considerar como verdades, los elogios, que entre pujidos y gemidos brotan de las plumas vendidas, y lo que es peor, sabedores de que tales textos, son artículos confeccionados para endulzar sus trienales oídos, en esas cortinas de humo de silogismos de colores, se oculta una verdad espantable, es decir, que los que deberían de señalarles sus yerros, los omiten, y se quedan con las fábulas en las que se expresa la más rendida admiración de los analistas, del otro lado, el pueblo sufre y nadie está presente para reseñarlo, se comete, pues, un crimen de lesa humanidad, con la anuencia de los únicos dos responsables.
El ocultamiento de la información a los encargados de velar por el bienestar colectivo de una ciudad o de un villorrio, es asunto de suma gravedad, es como si, un médico, para evitar penas a un enfermo, le dijera mentiras respecto a su padecimiento, y en lugar de decirle claramente, que lo que tiene es un cáncer furioso, voraz y fulminante, en su diagnóstico, para aterciopelarle el veredicto científico, le anunciara con fingida alegría: “no tienes nada que no se pueda curar con unas cafiaspirinas y un tecito de boldo”, claro que el enfermo, saltará, si todavía sus energías se lo permiten, de alborozo, naturalmente, que el especialista le cobrará cada consulta a precio de oro, si para eso todos los galenos, -menos mis amigos- se pintan solos, pero no porque se oculte la verdad de su terrible mal, el desahuciado se salvará.
No digo, no, que todos los periodistas sean vendidos, ni que todos los funcionarios paguen para que no les peguen, pero no he leído en muchos años, un reportaje de investigación, un artículo de denuncia, una nota picante, un comentario venenoso contra funcionario alguno, tal parece que o son unos santos o no son humanos, porque sus vidas discurren entre las hojuelas y la miel, que no hay ninguno que haya sido capaz de dar un traspiés, que nadie se ha manchado el plumaje, que todos son impolutos, mártires de sus puestos en los que ejercen con gallardía la defensa de los inalienables derechos constitucionales de sus gobernados.
Necesitamos voces libérrimas que analicen con justicia y funcionarios dispuestos a no dejarse llevar por sus consejeros palaciegos, que no todos son Thomas More, claro que tampoco ellos no se le parecen en nada a Enrique VIII., porque corremos el riesgo de caer en una farsa, en la que todo mundo sabe la verdad, pero nadie se atreve a contradecir al patrón, pero estoy seguro de que un día todo habrá de cambiar, que cada cual estará en su sitio, que los periodistas no intercambiarán la dignidad de su oficio por un puñado de lentejuelas.
No hay que olvidar que el periodismo puede ser el más noble de las profesiones o el más vil de los oficios, según cómo se use. La construcción de una nueva sociedad depende en gran parte del periodismo como institución rectora de la opinión pública. Ya dije.
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