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sábado, 5 de diciembre de 2009

El don de la palabra

Siempre he considerado que hay asignaturas en la educación de nuestros niños y jóvenes que deberían de ser obligatorias, antes que los idiomas extranjeros, está el aprender a hablar correctamente el castellano, es cierto que los maestros de educación básica bastante hacen con enseñarles las primeras letras, pero alfabetizarlos no significa que los huercos tendrán la suficiente capacidad de expresión, es decir, no porque aprendan a unir las vocales y las consonantes para emitir los sonidos de las letras y con esas palabras confabulen enunciados, podrán redactar sus ideas, o lo que es todavía más difícil, que sin tener que plasmarlas en un papel, puedan externarlas de manera oral con fluidez y coherencia, a lo que más se han aproximado en las escuelas de nivel medio y medio superior, es a lo que pomposamente han dado en llamar, la oratoria, que para no perder el tiempo en esas gazmoñerías, no quiero referirme a la declamación, qué además de estar pasada de moda, es absolutamente cursi, melcochosa y lacrimógena, yo con los dramas tele noveleros que arma mi tía Chela tengo para embarrarme de mocos la camisa.
A mí me falta mucho por aprender a redactar con propiedad, y eso, que llevo muchos años en el esfuerzo, claro que no he leído lo suficiente, o al menos, no todo lo que hubiera deseado, porque hay tantos buenos textos en el desarrollo de la civilización que sería punto menos que imposible asomarse a todos, sin embargo, me queda muy claro, que ahora escribo mejor que hace años, no digo, no, que soy una lumbrera, pero antes, me perdía en la conjugación de los verbos y nunca daba pie con bola, con el tiempo en marcha siempre a mi favor, me dediqué a observar a los demás; de los malos escritores, aprendí de sus errores, de los buenos, también, por esa razón, me parece que he ido mejorando con los años, naturalmente que todo va junto con pegado y conforme el destino ha desplegado sus circunstancias en mi vida, pues de todas las vicisitudes he rescatado lecciones que me han empujado a ser mejor persona, tampoco soy san Francisco de Asís, pero he podido ser moderado, no en todos los rubros de mi carácter, que ya dice el poeta, genio y figura… a veces la pasión es un fuego que no se apaga nunca, y ayuda a que se realicen los sueños, ya sé, no necesitan recordármelo, si ustedes y yo, queridos lectores, tenemos una historia en común, que en estos días decembrinos, entre el frío, la noche y el silencio, me he vuelto un viejillo piadoso, pero no crean que seré así todo el tiempo, que la maldad que se incuba en mi alma para reírme de todos y de mi propia persona, esa, nunca la perderé, porque no quiero ser un pan de Dios que se conduela hasta de los que no son hijos de su mamá, sino de otra señora, mi actual actitud es solamente por las fiestas de fin de año, ya luego espero comportarme como los cánones lo indican, es decir, con las palabras afiladas para tirar dentelladas a diestra y siniestra, antes de finalizar la presente columna, aunque no le debo ni un saludo, ni un agravio, nuestro gobernador jolivudense no me invitó a su quinto informe y aunque no soy de su círculo cercano, tengo que reconocer, que como bien lo dice Don Juan Pérez Ávila en su Plus Ultra, es un político con carisma, don de gentes, sencillo, afable, que ve a los ojos mientras habla, bueno, eso no lo dijo el decano de los periodistas paisanos, pero se me figura que así ha de ser, la verdad es que debo felicitarlo por su magnífica labor al frente de este veleidoso estado, y conste que mi sentir, tiene el mérito de que jamás regalo lisonjas a nadie, mucho menos a los políticos de cualquier nivel, ya que considero que sólo cumplen con su labor, y además, tienen muchos amanuenses que los bombardean de ditirambos, para que yo me sume a esa runfla, en fin, me parece que el Ing. Eugenio Hernández Flores ha trabajado incansablemente por proporcionar bienestar a los tamaulipecos, claro que no se puede todo, ni que fuera el rey Midas, pero en nuestra región se percibe un hálito de esperanza, a pesar de que la recesión ha pegado duro, su actitud optimista nos otorga a todos confianza para el futuro.

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