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domingo, 12 de julio de 2009

Permiso para Matar


Edmundo Valadés el genial escritor mexicano que según mi escaso entender, merecería mejor destino en las letras paisanas, y es que sus textos no tienen desperdicio, pero lo espeluznante del caso es que la extravagante realidad actual no desmerece nada ante la inspiración del autor que motivado por la cotidianeidad de un pueblo que en la fantasía se llama San Juan de las Manzanas, confeccionó un cuento en 1955 en el que narra de manera magistral las andanzas y penurias de un pueblo que no tiene más ley que la de su corrupto presidente municipal.
Ahora con lo ocurrido en Chihuahua me he quedado con la idea de que la gente tiene razón en hartarse de tanta impunidad y claro que no voy a hacer apología al crimen, eso es como cocorear a los demonios que andan sueltos, porque según informaciones vertidas en los medios de difusión nacional, los Le Baron han sido armados por la propia policía regional para que se defiendan de los madrazos de los delincuentes que los mantienen amenazados y no sólo eso, sino que se ha conformado un nuevo cuerpo policial con la anuencia de las autoridades para repeler las constantes agresiones del crimen organizado.
La comunidad Le Barón tiene poco más o poco menos de mil habitantes, pero como la canción de los perritos, de los mil que tenían ahora cada día que pasa les quedan menos, hace unos días Benjamín Le Barón líder moral del pueblo de mormones, una iglesia de la que también hay adeptos aquí en la región, fue levantado junto con su amigo Luis Carlos Whitman y asesinados a mansalva, circunstancia terrible que de seguro servirá a los cineastas, a los músicos y a los morbosos para confeccionar historias que venderán por millones, pero hasta donde se ve, esto no parara ahí, porque el plato frío de la venganza con el permiso del Dios de los Santos de los Últimos Días, ya lo están empezando a orear para repeler las agresiones, claro que no han faltado los espantados círculos de los hijos de la democracia y los Ombudsman que sirven para dos cosas, y a veces ni para eso, declarándose en contra de dichas acciones pero como tampoco ofrecen ninguna garantía para salvaguardar las vidas y la dignidad de los Le Barón, tampoco tienen cara para criticar lo que ellos no pueden hacer, como dicen que dijo Chabela de Inglaterra hace muchos años: “no lloren como mujeres lo que no han sabido defender como hombres”.
Como no soy amigo de Guadalupe Loaeza quien por cierto perdió una diputación federal por más de diez puntos contra la guapa Gaby Cuevas, yo cuando cito una frase ajena o el extracto de alguna obra, otorgo el crédito correspondiente al autor y les aviso queridos lectores, que enseguida transcribiré el final del cuento al que hice alusión en la entrada de esta columna, pero para no tener que “encomillarlo” como dice la plagiaria de Polanco ái les va.
-Quiero hablar por los de San Juan de las Manzanas. Traimos una queja contra el Presidente Municipal que nos hace mucha guerra y ya no lo aguantamos.
Por primera vez, la voz de Sacramento vibró. En ella latió una amenaza, un odio, una decisión ominosa.
-Y como nadie nos hace caso, que a todas las autoridades hemos visto y pos no sabemos dónde andará la justicia, queremos tomar aquí providencias. A ustedes -y Sacramento recorrió ahora a cada ingeniero con la mirada y la detuvo ante quien presidía-, que nos prometen ayudarnos, les pedimos su gracia para castigar al Presidente Municipal de San Juan de las Manzanas. Solicitamos su venia para hacernos justicia por nuestra propia mano...
Todos los ojos auscultan a los que están en el estrado. El presidente y los ingenieros, mudos, se miran entre sí. Discuten al fin.
-Es absurdo, no podemos sancionar esta inconcebible petición.
-No, compañero, no es absurda. Absurdo sería dejar este asunto en manos de quienes no han hecho nada, de quienes han desoído esas voces. Sería cobardía esperar a que nuestra justicia hiciera justicia, ellos ya no creerán nunca más en nosotros. Prefiero solidarizarme con estos hombres, con su justicia primitiva, pero justicia al fin; asumir con ellos la responsabilidad que me toque. Por mí, no nos queda sino concederles lo que piden.
-Pero somos civilizados, tenemos instituciones; no podemos hacerlas a un lado.
-Sería justificar la barbarie, los actos fuera de la ley.
-¿Y qué peores actos fuera de la ley que los que ellos denuncian? Si a nosotros nos hubieran ofendido como los han ofendido a ellos; si a nosotros nos hubieran causado menos daños que los que les han hecho padecer, ya hubiéramos matado, ya hubiéramos olvidado una justicia que no interviene. Yo exijo que se someta a votación la propuesta.
-Yo pienso como usted, compañero.
-Pero estos tipos son muy ladinos, habría que averiguar la verdad. Además, no tenemos autoridad para conceder una petición como ésta.
Ahora interviene el presidente. Surge en él el hombre del campo. Su voz es inapelable.
Será la asamblea la que decida. Yo asumo la responsabilidad.
Se dirige al auditorio. Su voz es una voz campesina, la misma voz que debe haber hablado allá en el monte, confundida con la tierra, con los suyos.
Se pone a votación la proposición de los compañeros de San Juan de las Manzanas. Los que estén de acuerdo en que se les dé permiso para matar al Presidente Municipal, que levanten la mano...
Todos los brazos se tienden a lo alto. También las de los ingenieros. No hay una sola mano que no esté arriba, categóricamente aprobando. Cada dedo señala la muerte inmediata, directa.
-La asamblea da permiso a los de San Juan de las Manzanas para lo que solicitan.
Sacramento, que ha permanecido en pie, con calma, termina de hablar. No hay alegría ni dolor en lo que dice. Su expresión es sencilla, simple.
-Pos muchas gracias por el permiso, porque como nadie nos hacía caso, desde ayer el Presidente Municipal de San Juan de las Manzanas está difunto.

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