Conocí la literatura de Francisco Tario a solicitud de Mauricio González de la Garza, y tengo que confiarles, queridos lectores, que es la literatura más asombrosa que jamás haya yo podido leer, ustedes, tienen que conocerla, de verdad, es una de esas obras que primero te dejan en shock, casi noqueado, luego, repuesto de la impresión, te lleva por caminos insondables del alma humana, el propio Tario, se involucra en sus creaciones, es un filoso filosofo, desentrañador de misterios, pero que dada la complejidad de sus textos, te mete en otros más profundos, tiene preguntas sin respuestas, pero siempre te da las respuestas para que busques las preguntas que encajen perfectamente, como si fueran cuentos al revés, desde la cabeza a los pies.
Lo explica mejor que yo, mi entrañable mentor, Mauricio González de la Garza, que dicho sea de paso, era un lector voraz y omnívoro, el magnífico escritor neolaredense, dice de su amigo: “Francisco Tario buceaba en el rumbo de la fantasía, de la alucinación, de las angustias oníricas y las melancolías interminables. Su primer libro, La noche, confeccionado de cuentos singulares, extravagantes, excéntricos, escalofriantes, surrealistas algunos, espeluznantes otros, magníficos todos, hizo saber a México que había surgido un gran escritor. La noche sigue siendo un libro mexicano sin paralelo. En aquel entonces, cuando apareció La noche, Borges aún no encadenaba las conversaciones. Octavio Paz era desconocido y Al filo del agua tardaría dos años en llegar a la imprenta”.
A Francisco Tario, le repugnaba la sola idea de tocar el papel moneda, eso me lo contó Mauricio, y me confió que no parecía de este mundo, sino arrancado de la piel del tiempo, desfasado y onírico, ya sé que lo he citado varias veces en esta columna, pero siempre es gratificante referirme a su persona, naturalmente que lo seguiré haciendo tantas veces como sean necesarias para promocionar su palpitante obra, no sé, supongo que es fácil de conseguir, en mi computadora personal tengo muchos cuentos de su autoría, así que si algunos de ustedes, asiduos fans, se interesan por asomarse a sus textos, solamente tienen que mandarme un e mail y prometo con la mano sobre la biblia, que a la vuelta de correo electrónico les envío los que quieran, faltaba más, faltaba menos, la única razón, por la que se lee tan opíparamente a un autor de este calado, es, precisamente para recomendarlo, con la evidente intención de que las personas disfruten de su literatura, de este universo personal originado por el genio de este autor sin paralelo.
Espero que no me lo tomen a mal, sólo que, a falta de pan, tortilla, y es ahora, en que mi intención de glosar a los autores que me mueven y conmueven, es cuando más extraño el suplemento Hoja-Lata, editado por David Dorantes y la pléyade de magníficos periodistas, encabezados por mi editor en jefe, Jhovanni Raga, que es donde debería de insertarse esta columna, y conste que no trato de ganarle los espacios a nadie, que mi modo de redactar es tan sencillo, que con que me dieran un rincón en una página olvidada, me conformaría, por cierto que Francisco Tario era el seudónimo de Francisco Peláez Vega, murió en 1977, pero su literatura sigue tan viva como el primer día en que vio la luz primera, con ese resplandor que conmueve, que pasma y eriza. Enseguida un párrafo de su cuento Equinoccio.
“No hay tal silencio, fijaos bien. Es un constante rumor de astros, de aguas, de respiraciones heladas, de alas de pájaros. Da pena, una especie de fúnebre desesperanza, contemplar a una joven olorosa y fresca con un libro entre las manos.
Y en cambio, ¡qué alegría, qué sensación de infinita potencia, verla tumbada sobre la hierba viendo ayuntar a las bestias!
Eternidad — un punto. Pero un punto hueco dentro del cual se halla el infinito. Con Dios y todo y toda la música que se ha escrito. Pero hay sobre todos los hechos humanos un complejo y abrumador misterio: el que nace ciego”.
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