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viernes, 27 de noviembre de 2009

Una Flor


No todos los ricos les dan regalazos a sus encuentros fortuitos, lo que muchos llaman “canitas al aire”, y es que en el afán de olvidarse un poco de la gorda de su vieja, andan en todos lados con ojos pizpiretos viendo a cuánta niña bonita se les atraviesa en el camino, ya se sabe que muchos señores, pues en la mañana van al café con sus amigos para tratar de arreglar el mundo, aunque no sepan en donde anda metida su esposa, pero eso sí, disertan sesudas reflexiones respecto a la situación económica mundial, del aprieto en el que está envuelto el gobierno panista con los electricistas de Esparza y lo del bandazo de Ruth Zabaleta a la que el PG acusó de que se dejaba manosear por debajo de la mesa, ya luego se van a sus oficinas a despachar dos o tres asuntos urgentes, están dos o tres horas y se van a una comida de negocios que en realidad no es tal, la verdad es que medio pican el plato, se ponen a medios chiles con cuatro o cinco güiskis para regresar al trabajo, y ya a las seis de la tarde ponen pies en marcha rumbo al club a hacerse weies un rato, mientras se llega la hora de ponerse bien p2 en el bar de costumbre, ahí se encuentran a su otra runfla de compadres buenos para nada, y se toman las que faltan para darse valor y chupársela otra botella mayorcita de edad, en esos bretes, con tantos alcoholes encima llegan a su casa para el obligado mensual, algunos, nada más el semestral, y a veces ni eso, como el caso del cual me enteré que un ricachón de esos que abundan en nuestro globero pueblo, gordo desbordado, afrentoso, parrandero, jugador y enamorado, cosa rara, le gustó la muchacha de servicio de su amplia casona, y ahí en su casa, como la señora andaba en una convención de agentes aduanales en una famosa playa mexicana, le habló bonito a la chica paupérrima, le invitó unos huisquiles y a lo que te “truje chencha”, pues pasaron unas horas de palpitante placer, al día siguiente el hombre de negocios, le dice a la humilde muchacha: - Mijita, estoy muy agradecido contigo, pídeme lo que sea que yo te lo doy. Ella, ni tarda ni perezosa, con ese español que a veces ni se les entiende, le contestó: - Deme una flor.
El ricachón se conmueve y piensa: ¡Qué ternura!, ¡Cuánta humildad!, Y le pregunta a la muchacha: - ¿Sólo eso? ¿Cómo la quieres? ¿Una rosa, un clavel? Y la muchacha le contesta: - No, quiero una Flor Explorer cómo la de su siñora.
Naturalmente que no se la compro, pero esa anécdota puede dar a notar, que es cierto lo que muchas señoras mal piensan de sus maridos, que de repente si le andan dando sus arrimones al corral a la chacha, aunque claro que no todas están de buen ver, pero hay otras que parecen edecanes de un teibol, con todo bien puesto encima de sus modestos hilachos, y de vez en cuando es bueno darse baños de pueblo, o como dice un amigo de muchos años, no siempre tiene que ser filete o rabadilla de sirena, a veces es necesario probar los platos vernáculos que el país produce, unos frijolitos llorones o un molito con harto chile ancho, y conste que no es albur, que eso ni se usa en nuestro pueblo.
Mi tía Zenaida les decía a sus hijas cuando estas se quejaban de que sus maridos se la pasaban en el dominó con sus compadres o inventaban juntas a las diez de la noche; “los hombres son de la calle y las mujeres decentes de su casa”, y les argumentaba que esa era la estabilidad de todos los matrimonios, porque a los pelados no se les puede tener con cadenas y grilletes amarrados al calor del hogar.
Mi tía Nancy del Rosario, que esa si era bien cabrona, les aseguraba a sus hijas que si un día sus viejos olían a: “jardines del chamizal” del eivon, que nunca les reclamaran nada, que al cabo, esas solamente los entretenían para bajarles los humos y unos centavitos, además de ayudarlos divertirse con sus jugueteos sexuales, gracias a esos encuentros de pago por evento, colaboraban con la manutención de las familias de escasos recursos de las colonias de la periferia.

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