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miércoles, 4 de noviembre de 2009

Cone

Mi hermano César tenía en su comentario, una especie de venenillo imperceptible, de esos que enturbian la atmósfera pero endulzan la existencia; éste si era hijo de mi amá pero mamá era una generala. Contaba con muchos amigos, amigas, comadres, compadres, discípulos y maestros de todo, era un enamorado de la vida, le gustaban las cosas buenas, nunca se privó de nada, fue de todo y sin medida, hacía lo que quería, iba a donde le apetecía, nunca tuvo ni cho ni arre (esa es una frase de mi tía Toña), era un espíritu libre que corría por los litorales de las circunstancias y aunque es verdad que la felicidad no es un fin sino un medio, yo creo que mi carnalito disfrutó intensamente el viaje a este tránsito terrenal.
Van a decir, queridos lectores, que me refiero reiteradamente a mi familia, pero casi todas las columnas, incluso la mía, son así, porque ni modo que escriba de la gente que no conozco, y al usar la primera persona, no hago otra cosa, más que ejercer el derecho de todo escribidor, es decir, si las ideas para redactar surgen de mi puño y letra, ni modo que, en el diálogo que se entabla entre emisor y receptor, meta a una tercera persona inexistente, además, bien lo ha dicho en twitter, mi colega Mario Villarreal, a quien tengo que felicitar por sus estupendos reportajes: “Quisiera entender de donde me salen las palabras al escribir, me conformo con terminar mi trabajo de hoy” y es que con lo del día de Muertos, pues uno al recordar a sus propios difuntos, los trae a la vida nuevamente, además mi hermano, era un hombre que a fuerza de interpretarse así mismo se convirtió en un personaje como de novela de enredos, tenía en su forma de ser, matices y tamices que no he percibido en ninguna otra persona.
A veces, otorgaba la impresión de que adivinaba lo que iban a decir sus interlocutores, así que siempre llevaba ventaja y aunque algunos, se sentían intimidados por su fuerza intelectual, como quiera, por atrevidos, temerarios e indejos, se le ponían de pechito para que con una sola frase, rotunda y brutal, los fulminara como Zeus con sus rayos metafísicos, quienes los conocieron no me dejarán mentir, jamás se opuso al encuentro verbal, pero francamente nunca tuvo un adversario a su altura, les daba una repasada de cabo a rabo, sin ensuciarse el ánimo, y eso, que era flaquito, se podría decir que su espíritu poderoso estaba contenido por una estructura corporal que no correspondía a su avasallador ingenio.
César, al que todos, desde que era un huerquillo, apodábamos “Cone” padeció diabetes desde niño, entonces, siempre vivió entre achaques, vaivenes de salud y sobresaltos nocturnos, pero él nunca se amargó del todo, claro que tenía carácter atravesado, pero era producto de su nula producción de insulina, así que dentro de todo el marco de su enfermedad crónica, era normal su forma de ser, solamente que su fortaleza espiritual le permitía trasvasar su natural optimismo y simpatía a un recipiente de alegría, así que permanecer a su lado era una fiesta continua; con risas y encanto, con sarcasmos deslumbrantes, la frase precisa en el instante adecuado, sabía medir los tiempos con exactitud de relojero suizo, en sus palabras tenía el arte de la filigrana, pero si se enojaba, eran de doble filo, dentelladas agudas directas a matar.
Hoy me acordé de mi hermano Cone y yo sé que si esta columna llega a manos de su mamá Nora Valadez, que aunque eran casi de la misma edad, siempre fungió como su protectora, y él la quiso tanto como ella lo adoró, se le van a llenar los ojos de nostalgia, pero a todos nos quedan sus anécdotas vibrantes, de lo que nos decía para molestarnos o para demostrarnos su cariño, de las ocasiones de privilegio en que tuvimos oportunidad de reírnos con sus ocurrencias que luego de tantos años transcurridos, las recreamos como leitmotiv, para que en esos recuerdos pueda volver a vivir.

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