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martes, 17 de noviembre de 2009

El Huerto de Diego

Diego Fernández de Cevallos, el viejo político panista que enarbola su propia bandera de bienestar, nos acaba de dar una enérgica lección a todos los “mejicones”, gentilicio que acuñó la inefable Margarita Michelena, intelectual de altos vuelos, amén de excelsa poetisa, también se ganó la vida como publicista, ya se sabe que las letras son mal pagadas, así que las plumas libres, para poder seguir siéndolo, se tienen que alquilar para diversos oficios, de su autoría es aquel famoso eslogan del popular analgésico: “Mejor, Mejora, Mejoral”, y es que el abogado ha hecho suya la frase del no menos memorable Profr. Carlos Hank González, que dijo: “un político pobre, es un pobre político”, ya que con todo el poder y todo el dinero que tiene, ha trasplantado una huerta completa para su rancho, yo también me quedé así como ustedes queridos lectores, con la quijada destemplada por el suelo frio, claro que los apasionados defensores del planeta nada podrán hacer para detener dicho atropello, bueno ni siquiera los de partido verde, que ya ven que se pintan solos para elevar airadas protestas cuando se trata de conjurar las amenazas contra el medio ambiente, van a hacerle frente al malhadado político que tiene más saliva que un merolico de feria cuando se requiere defender sus causas aunque sean de índole infame como la mencionada, ya se sabe lo que se dice si de aplicar las leyes se trata, que en este país gobernado a capricho, que los deseos de un poderoso, son decretos, y ni modo, ahora habrá que decirle a don Diego que por lo menos los riegue con bastante agua para que los nogales, los duraznos y demás árboles frutales, se den frondosos para beneficio de sus hijos y de las futuras generaciones.
Lo bueno es que le pagó mil pesotes contantes y sonantes al labriego dueño de la parcela por arrancar de cuajo los arbolitos, aunque dicen que el método de tecnología de punta que utilizó para desenterrarlos con todo cuidado, le costó una pequeña fortuna, pero como el dinero es para darse esos gustitos, pues es una lana bien invertida, al fin que, ese bosquecito servirá para dar ancha sombra en los tiempos que vienen, lo malo es que con ese ejemplo, al rato, Marthita le va a decir a nuestro ex presidente: “Chente deberíamos de traernos a los budistas a San Cristóbal, con todo y su Tíbet para que ya no los molesten en su tierra” y no duden ni tantito, asiduos fans de la columna más leída del pueblo y ranchos circunvecinos, que Fox, con tal de tener contenta a su mujer, es capaz de traerse a los santones extranjeros para que den conferencias permanentes a las amigas ricas y ociosas de su sacrosanta esposa, conste que tampoco quiero sonar a viejillo mula, pero no será posible que alguno de los conspicuos panistas neolaredenses que tienen línea directa con el Jefe Diego, le marque a ver si no le sobró algún nogal crecidito, porque en la plaza Miada, la misma que se inauguró con el eufónico nombre de Libertad, los árboles están re chiquitos y dan una sombra bien culebra, que al cabo, soy capaz de convencer a los vecinos hidalguenses para colocar una placa bronceada por el solazo del verano con su apelativo completo en plena explanada donde los hermanos aleluyas hacen sus asambleas espirituales, ya si de pasada le sobran algunos baños, que en antaño en nuestro solar se les conocía como “servicios”, que es mejor palabra que la arrebatada a alguna remilgosa dama católica, pues que nos regale cuatro porque el lugar que antes era de solaz y esparcimiento, en pocos meses se ha convertido en una hedionda manzana, que ya los propios le dicen a los foráneos: “síguete todo derecho por la Gutiérrez y el olor a orines de caguama sol te va a guiar”, y naturalmente que nadie se pierde, pero cuando yo vivía en Madrid, mis nostalgias se acendraban en el aroma de las tortillas de harina, de la leña de mezquite chisporroteando bajo el asador, de la nube sabrosa de los vapores de la carne y ahora apesta a puros meados de caguama sol. Ya dije.

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