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lunes, 2 de enero de 2012

Llega a su fin Maratón Lupe Reyes

Estamos en la recta final del popular maratón mexicano Guadalupe Reyes, yo, por suerte, después de tanta borrachera y comida, todavía sigo vivo, pero tengo que confiarles, queridos lectores, dicho sea sin ánimo de presunción, que dada mi excelente condición física, podía haberle seguido otros veinte días, y si no es porque desde el 31 se me acabó el dinero del aguinaldo, les aseguro que esta columna la hubiese escrito en la mesa de la cantina “El Sal y Vaso”, ya sé que no otorgo esa impresión, con eso de que dicen que cría fama… y como he publicado de manera reiterada mi acérrima catolicidad, de que soy amado hijo de La Guadalupana y casi pariente de los doce apóstoles, pues ustedes, que me conocen mejor que nadie, han de considerar que soy punto menos que mustio prende veladoras y asiduo concurrente a los rosarios vivientes de las madres meretrices, craso error mis estimadísimos fans, a mí, me encanta el güiski de consagrar como a tantos curas dipsómanos (palabra de diccionario; te alabamos Real Academia), no importa si es una de Buchanan de doce años o una Master, digo, si tampoco soy el ectoplasma de un santón medieval, claro, que, no me meto ningún tipo de estupefacientes, si así fuera, a estas alturas del partido, no tendría mis dientes completos y mis ojos serían un catalogo de desvelos, bueno, ya basta de cháchara inútil, y de regreso a la realidad de este mundo que no se detiene ni un instante, hojeando el periódico, me he enterado de la muerte del arquitecto mexicano Ricardo Legorreta, uno de los grandes monstruos sagrados de la arquitectura contemporánea, a él, lo conocí en la ciudad de México, tal vez, ustedes, no se acuerden, pero en anteriores Guillotinas, les he confiado que trabajé en una revista especializada del tema, así que, andando en el tráfago de los corrillos de los eventos; un día sí, y el otro también, pues era inevitable que lo saludara en dichos acontecimientos sociales, cuando digo lo que digo, parecería que confecciono mi columna con el único afán de echármela de lado, pero no puedo evitar el hecho de que se me vuelquen en recuerdos los momentos que he tenido el privilegio de vivir, Ricardo Legorreta ha dejado como legado una obra monumental diseminada por el mundo, espero que, el estado mexicano, le rinda los honores que tan notabilísimo artista se merece, en noviembre de 2011 fue recipiendario del galardón “Premio Imperial de las Artes” mismo que recibió de manos del emperador japonés Akihito, cursó sus estudios profesionales en la UNAM y graduó en 1953 a los 22 años de edad, en sus inicios, colaboró hasta 1960 en el taller del connotado arquitecto José Villagrán García, después formó su propio despacho con Noé Castro y Carlos Vargas y trabajó al lado del inconmensurable arquitecto mexicano Luis Barragán en la creación del hotel Camino Real en 1968, pero la obra de Legorreta es tan copiosa y de tal envergadura, que no podría citarla completa en este breve espacio de apenas una cuartilla de extensión, además, de eso ya se habrán encargado todos los medios difusores de noticias, en otro orden de novedades, les diré que el puente elevado de la Yucatán cruce con los rieles del panteón municipal Antiguo, está muy avanzado, espero que terminen pronto, porque me aterra la sola idea de aventurarme por el paso lleno de caca y hedores de amoniaco del puente que está a unas cuadras de ahí, y es que, si no tomara esa brecha, tendría que darle la vuelta en sentido contrario a mi destino, claro que los albañiles e ingenieros han estado chambeando durante todos estos días de diciembre, pero como que siento que les ha de faltar un capataz cabrón para que los chicotee, en fin, que no quiero ser calienta cabezas con los mandamases de nuestro vernáculo ayuntamiento, total, si ya esperamos tantos años, padeciendo por el paso del tren a todas horas, que tanto nos cuesta esperar unos meses más. 

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