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miércoles, 18 de enero de 2012

Poncho A. Tovar


En la tarde le avisaron a mi prima Lily que algo grave le había ocurrido a su hijo, ella ignoraba que rumbo tomarían los acontecimientos, como es natural, los nervios empezaron a corroerle el ánimo, le marcó inmediatamente a su hermano Poncho, quien, sin alterarse, le confió: “espérate, hermanita, vas a ver que al rato san Juditas nos lo va a traer de regreso”, hay ocasiones, en que la esperanza no es suficiente para controlar la impaciencia, éste era uno de esos sobrecogedores momentos, pero la fe, esa que mueve montañas, ya se había instalado en torno a las circunstancias merodeando en el incomprensible tejido del tiempo, de pronto, mi primo Poncho A. Tovar, impulsado por un chispazo intuitivo, se trepó a su troca, en el trayecto se bajó a un Oxxo para comprar tres veladoras de san Judas, de quien es devoto fiel y con el semblante resuelto prosiguió su camino hacia la carretera, naturalmente, mientras él viajaba a la capilla para rezar por su sobrino, tenía la idea fija de que en cualquier instante, le llegarían buenas noticias del desaparecido, esa es la verdadera confianza, la que no se perturba con la inquietud de la fatalidad, sumido en sus pensamientos, empezó a repasar las imágenes de las historias en que se había visto involucrado, de circunstancias adversas en capítulos que había vivido con anterioridad, de cómo se había salvado de muchas vicisitudes, en las que, por avatares entrelazados a sus aventuras, por poco y no la hubiera contado, enumeró varias en que no había explicación lógica de que hubiera salido ileso, nunca  puso en tela de duda que alguna fuerza sobrenatural se habría interpuesto entre él y la agazapada muerte; una decisión en el último segundo, un viraje, un cambio de ruta, abriendo una brecha a la vuelta de la esquina, lo dotó de un salvoconducto blindado, para eso, no hay quien pueda encontrar una respuesta a lo inexplicable, ni siquiera los visionarios que predicen el futuro por venir, y cada vez que ocurría, le daba gracias a Dios por su buena suerte, de saberse protegido en los niveles altos del cielo, desde chico, su mamá lo enseñó a no salir a la calle sin antes hacer la señal de la cruz sobre su persona, y esa costumbre, nunca lo ha abandonado, ni siquiera en la cotidianeidad de los días sencillos sin presagios oscuros, “nunca salgas sin encomendarte a Dios”, era el consejo de mi tía Mague, en eso estaba, cuando llegó a la capilla, que está en la carretera, y colocó las tres veladoras en triángulo, prendió las dos primeras, y en la tercera, con la flama trémula al viento, le suena el radio, era su hermana Lily, la que le estaba hablando para avisarle que su hijo ya estaba a su lado, se sintió reconfortado, rezó una oración final ante el san Judas de bulto, y se fue al encuentro de su carnalita y de su sobrino, repuestos del susto, los tres, con la pena disipada, se quedaron platicando en el hospital, mientras los médicos hacían su labor  para paliar los dolores del enfermo, mi primo hermano Poncho, entendió que los milagros si existen y que ha sido testigo de muchos en su vida, él mismo, podía dar testimonio de varios, pero el de ahora, al ver a su hermana con sus ojitos llorosos, y en su sonrisa angustiada, un suspiro de alivio, de dicha contenida, de alegría dispersa en sus manos, era el más importante de todos, esa noche, comprendió, que sus ruegos habían sido escuchados, y tenía que dar testimonio, por esa razón, me marcó al radio, yo, lo escuché emocionado y lo volví a vivir recreado en sus palabras; “tú sabes cómo decirlo, primo, cuenta lo que me pasó”, por ello, se los he narrado, queridos lectores, tal vez, me faltó la emoción y el matiz espiritual que contienen los prodigios que están hechos de la misma sustancia de los sueños, pero lo he escrito con la certeza, de que Dios nunca abandona a sus hijos predilectos, de que siempre los lleva de la mano a donde ellos quieren ir. Este es testimonio de vida; demos gracias al Señor. 

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