En la tarde le avisaron a mi prima Lily que algo grave le
había ocurrido a su hijo, ella ignoraba que rumbo tomarían los acontecimientos,
como es natural, los nervios empezaron a corroerle el ánimo, le marcó
inmediatamente a su hermano Poncho, quien, sin alterarse, le confió: “espérate,
hermanita, vas a ver que al rato san Juditas nos lo va a traer de regreso”, hay
ocasiones, en que la esperanza no es suficiente para controlar la impaciencia,
éste era uno de esos sobrecogedores momentos, pero la fe, esa que mueve
montañas, ya se había instalado en torno a las circunstancias merodeando en el
incomprensible tejido del tiempo, de pronto, mi primo Poncho A. Tovar,
impulsado por un chispazo intuitivo, se trepó a su troca, en el trayecto se
bajó a un Oxxo para comprar tres veladoras de san Judas, de quien es devoto
fiel y con el semblante resuelto prosiguió su camino hacia la carretera,
naturalmente, mientras él viajaba a la capilla para rezar por su sobrino, tenía
la idea fija de que en cualquier instante, le llegarían buenas noticias del
desaparecido, esa es la verdadera confianza, la que no se perturba con la
inquietud de la fatalidad, sumido en sus pensamientos, empezó a repasar las
imágenes de las historias en que se había visto involucrado, de circunstancias
adversas en capítulos que había vivido con anterioridad, de cómo se había
salvado de muchas vicisitudes, en las que, por avatares entrelazados a sus
aventuras, por poco y no la hubiera contado, enumeró varias en que no había explicación
lógica de que hubiera salido ileso, nunca puso en tela de duda que alguna fuerza
sobrenatural se habría interpuesto entre él y la agazapada muerte; una decisión
en el último segundo, un viraje, un cambio de ruta, abriendo una brecha a la vuelta
de la esquina, lo dotó de un salvoconducto blindado, para eso, no hay quien
pueda encontrar una respuesta a lo inexplicable, ni siquiera los visionarios
que predicen el futuro por venir, y cada vez que ocurría, le daba gracias a Dios
por su buena suerte, de saberse protegido en los niveles altos del cielo, desde
chico, su mamá lo enseñó a no salir a la calle sin antes hacer la señal de la
cruz sobre su persona, y esa costumbre, nunca lo ha abandonado, ni siquiera en
la cotidianeidad de los días sencillos sin presagios oscuros, “nunca salgas sin
encomendarte a Dios”, era el consejo de mi tía Mague, en eso estaba, cuando
llegó a la capilla, que está en la carretera, y colocó las tres veladoras en
triángulo, prendió las dos primeras, y en la tercera, con la flama trémula al viento,
le suena el radio, era su hermana Lily, la que le estaba hablando para avisarle
que su hijo ya estaba a su lado, se sintió reconfortado, rezó una oración final
ante el san Judas de bulto, y se fue al encuentro de su carnalita y de su
sobrino, repuestos del susto, los tres, con la pena disipada, se quedaron
platicando en el hospital, mientras los médicos hacían su labor para paliar los dolores del enfermo, mi primo hermano
Poncho, entendió que los milagros si existen y que ha sido testigo de muchos en
su vida, él mismo, podía dar testimonio de varios, pero el de ahora, al ver a su
hermana con sus ojitos llorosos, y en su sonrisa angustiada, un suspiro de
alivio, de dicha contenida, de alegría dispersa en sus manos, era el más
importante de todos, esa noche, comprendió, que sus ruegos habían sido
escuchados, y tenía que dar testimonio, por esa razón, me marcó al radio, yo,
lo escuché emocionado y lo volví a vivir recreado en sus palabras; “tú sabes cómo
decirlo, primo, cuenta lo que me pasó”, por ello, se los he narrado, queridos
lectores, tal vez, me faltó la emoción y el matiz espiritual que contienen los
prodigios que están hechos de la misma sustancia de los sueños, pero lo he
escrito con la certeza, de que Dios nunca abandona a sus hijos predilectos, de
que siempre los lleva de la mano a donde ellos quieren ir. Este es testimonio
de vida; demos gracias al Señor.
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