domingo, 17 de enero de 2010
Sofía
Se los juro por Dios que me mira. Se los digo llorando de rabia. Ya sé, que esta una canción de José Alfredo, pero como permanece inscrita en el soundtrack de mi vida, se me vino al teclado como un flashback. Si, y qué, soy muy vernáculo, no necesitan decírmelo, queridos lectores, claro que me encantaría presumirles que nada más escucho pura música clásica, pero para que le hago al ensarapado, si esas madres de grandes armonías y arpegios siderales no se me dan mucho, además, tampoco es desdoro el hecho de que me guste lo que el país produce, ustedes se preguntarán porque empecé de tal manera la presente columna, pues resulta que el juramento inicial, era la introducción al tema de los Globos de Oro, y es que, mi decisión ya estaba tomada, desde que vi aparecer en escena a Meryl Streep quien aceptó el premio a la mejor actriz por su papel en Julie and Julia, pero se lo comenté a mi colega Mario Villarreal a través de Twitter; belleza mata talento, así que, Sofía Loren, que según su biografía, nació en el Año del Señor de 1934, despampanante, como estatua romana, con su radiante hermosura, convocó aplausos de los asistentes a la entrega de premios, por supuesto, que a las actricitas medianamente guapas, se les notó de inmediato la pálida envidia que les provocó al ver a tan deslumbrante estrella ataviada como para una sesión de trabajo de Rodin, lo raro, es que a nadie, ni siquiera a esas que se dicen top models, les quedarían bien las gafas, y la italianísima beldad (hace mucho que tenía ganas de usar la palabra), los portaba con una prestancia digna de un comercial de diseñadores especialistas en optometría, claro que no me hago loco, si esta casi octogenaria, debe tener muchas cirugías, toneladas de cremas, tratamientos carísimos, pero no a cualquiera le darían el resultado que se le nota a ella, digo, por citar un malévolo ejemplo, doña Silvia Pinal, que en sus buenos tiempos, era guapísima, y ya ven, ahora, lo que queda es el puro zurrón, tampoco se trata de menospreciar a las divas del país, conste que solamente la usé para denotar la diferencia entre una y otra, casi del mismo vuelo, a la mamá de Alejandra Guzmán, la misma que tiene las nalgas podridas, le quedó la cara como verija de hipopótamo, como a la vieja jija pueblerina que era dueña de una belleza cinematográfica y ahora parece prófuga del museo de Guanajuato, pero a esa le ha emergido en la cara, la enfermedad venérea del alma que padece desde hace muchos años, en fin, lo que he querido decir desde que empecé esta Guillotina, es que la hermosa Sofía merece que le den un galardón a su “saber estar”, a ese don inigualable de haber sabido conservar su guapura extrema, lo que otras, a su edad, bueno, ni siquiera a los 50, pueden presumir de treparse a zapatillas de quince centímetros, tener cinturita de avispa, no de obispo, el cutis de porcelana y piel de terciopelo, la misma que en su momento de mayor popularidad, aseguró: “todo lo que ven, se lo debo a los espaguetis”, obvio que nadie le creyó, pero ese consejo sirvió para que algunas de sus tontas admiradoras, luego de tan tremenda como deliciosa dieta, al seguirla al pie de la letra, quedaran como marranas paradas, pero si su hermosura bien vale una columna, su talento aceptaría un libro completo, ya que en su haber cinematográfico cuenta con más de 60 películas, ha ganado Oscares y festivales de Cannes, Berlín y Venecia por sus memorables actuaciones, de hecho, es uno de los grandes mitos del séptimo arte, en 1991 recibió un Oscar honorario en el que la nombraron como “uno de los tesoros mundiales del cine”, sin duda, como lo dije en mi taimlain de Twitter: Belleza mata talento, pero la refulgente hermosura de Sofía, su elegante porte, la categoría de gran mujer de excesiva edad, cuan excesivo es su carisma espiritual, le han otorgado el mejor premio, el reconocimiento público de que el buen Dios, ése que da y quita, a ella le dio todo, lo que ni la injuriosa muerte, ni el tiempo con su polvo de olvido, le podrá arrebatar jamás. Ya dije.
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